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Una Historia de
Congruencia.
Alejandro Vázquez Cárdenas
Cambio de Michoacán
México
La Nueva Cuba
Noviembre 13, 2003
En los ya lejanos primeros 60, cuando estaba reciente el triunfo de la
Revolución Cubana, fresco el recuerdo del desatinado y fallido
desembarco de fuerzas anticastristas en Bahía de Cochinos, cuando los
logros espaciales de la URSS eran ampliamente promocionados: el primer
satélite artificial, el primer ser vivo en el espacio (una perrita,
Laika) encerrada en un satélite artificial, el primer vuelo espacial
tripulado por un humano (Yuri Gagarin); en esa época la influencia del
marxismo-leninismo en muchas universidades mexicanas era avasallante, y
por lo tanto influía definitivamente en un gran segmento de la población
joven y otros no tan jóvenes.
Obviamente el ancestral sentimiento
antiyanqui era promovido y exacerbado por una gran cantidad de maestros
de supuesta filiación izquierdista, en alguna de sus múltiples variantes
que nunca han llegado a ponerse de acuerdo (sectarios desde entonces).
Nos enseñaban que todo lo malo venía de Occidente, fundamentalmente de
los gringos, que eran, a decir de ellos, los responsables de
prácticamente todo lo malo que sucedía en el mundo y por supuesto los
únicos y verdaderos causantes del atraso, miseria, subdesarrollo e
ignorancia de América Latina. Nosotros, obviamente, no teníamos la más
mínima culpa de nada, como posteriormente, en 1971, lo escribiera
Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Lo anterior es
verdaderamente genial, nada hay más tranquilizante y gratificante que
trasladar toda la culpabilidad a otro. Nos aseguraban que el triunfo del
comunismo era inevitable, que todo lo mejor venía de la URSS, verdadero
paraíso de los trabajadores; argumentaban la imposibilidad moral del
triunfo del capitalismo norteamericano, y profetizaban nuestro radiante
futuro en la lucha de clases.
Por esa época el Che Guevara aún vivía y
Fidel Castro daba sus maratónicos discursos, la URSS gastaba enormidades
en promocionarse, surtía bibliotecas, patrocinaba actos culturales y
otorgaba fácilmente becas para estudiar en Moscú, en la Universidad
Patricio Lumumba, todo esto a duras penas tolerado por el furibundo
represor anticomunista Díaz Ordaz. Eran los tiempos de expansión
soviética, de la sangrienta "revolución cultural" de Mao con sus
millones de muertos jamás lamentados por la intelectualidad de izquierda,
tiempos de la aplaudida (por Cuba) invasión a Checoslovaquia por las
fuerzas del Pacto de Varsovia y tiempo de la llamada Guerra Fría, que
afortunadamente los jóvenes de hoy ni siquiera imaginan.
¿A qué viene toda esta historia, que para muchos suena tan lejana como
el cine en blanco y negro y los discos de acetato? Resulta que en esa
época, en México, se vendían, entre otras marcas de automóviles, unos
fabricados en la URSS, de marca Moskvitch, y otros fabricados en
Checoslovaquia, de marca Skoda. Su calidad era entre regular y mala; es
más, tengo entendido que en la actualidad no sobrevive en México ningún
vehículo de esa marca, y sin embargo existen muchísimos autos que fueron
sus contemporáneos, tales como los Fiat, Ford 200, Renault Gordini, y
los enormes Chevrolet Impala de grandes aletas traseras, que con mayor o
menor fortuna siguen circulando en la actualidad.
¿Y qué con esto? Pues resulta que los maestros y profesionistas
universitarios que conocí, independientemente de su orientación
stalinista, maoísta, trotskista, o cualquier otra del espectro político
de izquierda, a ninguno se le ocurrió comprarse un vehículo soviético o
checoslovaco. Invariablemente compraban cualquiera del “decadente”
Occidente. Era su dinero y tenían que cuidarlo buscando algo redituable.
¿Qué eso no era congruente con su ideología? Evidentemente su ideología
era una cosa y sus intereses eran otros, no tenían ni deseaban arriesgar
su dinero en la compra de algo de dudosa calidad.
Actualmente la URSS ya no existe, el bloque comunista se ha derrumbado,
aniquilado por su incompetencia, los grandes crímenes del imperialismo
soviético con sus campos de concentración, sus millones de muertos, su
similitud con el totalitarismo nazi y la enorme pobreza que generaron en
China y en Europa Oriental son evidentes e innegables, la tragedia
económica de Cuba es grave, sólo la niega su periódico oficial Granma y
su intolerante sucursal mexicana. El lado oscuro del Che es ya
reconocido: su mesianismo, dogmatismo y desprecio a la vida humana. El
resto de su personalidad sobrevive poco menos que en calidad de afiche
en la incidental fotografía de Korda, impresa en camisetas de jóvenes
que trabajosamente explicarían el desempeño del Che como ministro de
Industria en Cuba y más difícilmente podrían explicar qué hacía en el
Congo y las causas que lo llevaron a un virtual rompimiento con la URSS.
En la actualidad la orientación marxista-leninista está desacreditada y
sólo sobrevive como tal en algunos reductos de determinadas escuelas y
publicaciones, en grupos terroristas como la ETA (así lo afirmó su V
Asamblea en 1967) y las violentas FARC. Esta orientación cuenta en
México con un grupo no muy numeroso de fieles seguidores acríticos,
fundamentalistas, algunos más o menos violentos, otros sinceramente
preocupados e indignados por la injusticia y corrupción de nuestro
sistema, otros simplemente viven en el pasado, pero eso sí, todos
absolutamente impermeables a la realidad, y con capacidad para hacer
ruido en un determinado círculo intelectual y sus candorosos seguidores.
Actualmente es otra la realidad económica (no necesariamente el
neoliberalismo salvaje, generador de millones de pobres), y en esta
realidad están actuando y compitiendo no nada más Rusia, sino China (que
nos está desplazando con su mano de obra) e incluso Vietnam. Por lo
anterior, no tenemos más camino que entender y aceptar que jugamos con
las reglas de una economía de mercado, nos agrade o no, que debemos
desterrar el nocivo paternalismo que solapa la ineficiencia, que nada
vamos a obtener gratuitamente, ni nos va a caer del cielo ni nos lo va a
regalar el gobierno, todo nos va a costar un esfuerzo, debemos, en
resumen, ser congruentes con nuestras necesidades y ambiciones, con lo
que exigimos y lo que hacemos, replantear nuestra cultura laboral,
cumplir cabalmente con nuestras obligaciones así como exigimos nuestros
derechos, identificar y rechazar a los demagogos de discurso trasnochado,
que prometen resolvernos todo con cargo al Estado y entender que nadie
nos va a regalar nada, si algo vamos a tener, será por nuestro propio
esfuerzo.
Así van las cosas.
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