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El testimonio urgente de Ernesto
Por Tania Díaz Castro

LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - En 1977 el libro de poesía "Un testimonio urgente", de Ernesto Díaz Rodríguez (La Habana, 1939) salió a la luz en la ciudad de Miami. Le siguieron "Campana del alba", "Mar de mi infancia", "Carrusel" y "Rehenes de Castro", una estremecedora narración de las prisiones políticas cubanas.

"Un testimonio urgente" es el primer recorrido de Ernesto por la poesía. Desde su portada, donde puede verse el tamaño pequeñísimo de letra que usaban los presos políticos para enviar manuscritos al mundo libre, hasta los versos, de amor e infantiles, todo es impresionante y conmovedor. Una poesía que no deja lugar a dudas sobre las dotes literarias del autor, y su afán por lograr la democracia y la libertad de su pueblo, expuesto en los últimas páginas donde nos relata sus primeras actividades revolucionarias y su llegada al exilio en la década del sesenta, y su ingreso a "Alpha 66".

Con palabras sinceras, carentes de preconcebida laboriosidad, ajustadas sencillamente a la verdad del individuo y del escritor, los poemas de Ernesto gozan de la frescura propia de los que escriben bajo el empuje del corazón. Estamos ante versos nítidos, espontáneos, sonoros, en plena conquista de lo más hermoso de la vida cuando un aire limpio los acompaña.

Dice al traidor: Me basta con la luz / que hay en mi pecho. A la mujer amada e intangible con "senos de naranja": Mezclar tu corazón y el mío / como gotas de miel en el seno de un lirio. Y yo le enseñé / a enroscarse como el viento / en remolinos de miel.

Y al compañero muerto en prisión: Firme, sin flaqueza; / como los árboles frondosos que no tiemblan / ante el hacha homicida.

¡Cuánto dolor habrá sentido el poeta cuando recordaba a sus tres pequeños hijos, que no vio durante 22 años, y a quienes escribía desde su oscuro camastro: Pequeños como florecillas silvestres / eran mis hijos / cuando empecé a contarles de Martí.

Ernesto fue condenado a 45 años de prisión. A 15 años cuando desembarcó en Cuba para luchar contra el régimen de Fidel Castro y fue hecho prisionero. Y a 25 por conspirar contra los poderes del Estado ¡desde su mísera, pequeña oscura y tapiada celda de La Cabaña, en 1974.

Cumplió 22 años de su condena como preso "plantado", y fue puesto en libertad, seguramente a consecuencias de una intensa campaña a su favor, realizada por organizaciones humanitarias internacionales y por el Comité Cubano Pro Derechos Humanos desde Cuba. Actualmente, Ernesto es secretario general de "Alpha 66", organización calificada por Fidel Castro como terrorista, a pesar de que, desde su fundación, sólo tenía como finalidad atacar objetivos militares en las costas cubanas y apoyar así un desembarco, como lo hizo el propio Fidel Castro en 1956.

Esta organización, es bueno recordarlo, ha estado integrada por ex oficiales castristas del II Frente Nacional del Escambray. Comandantes, capitanes y primeros tenientes que combatieron la dictadura de Batista.

Tuve el privilegio de haber sido amiga de Ernesto en prisión. Era la imagen del hombre paciente, de pocas palabras, de mirar profundo, como si llevara sobre sus espaldas el peso enorme de impartir valor con su ejemplo a los cubanos de la Isla. Pródigo, además, en su amor para todos.

Aceptó con entereza su destino y jamás se sintió frustrado. Ni siquiera cuando sufría requisas, golpizas o huelgas de hambre. Escribía de madrugada porque gustaba del silencio y de la paz de la galera, y así nos dejó escrito que entre la hojas / que el viento roba al árbol / está la poesía. / Está en la luz del alba y en el rincón oscuro de mi celda.

Porque estaba en sus manos la poesía fue uno de los más valientes. En "el rincón más triste del mundo", su celda, sus compañeros conocieron de su dignidad, que no pudo jamás ser doblegada por la nomenclatura castrista y todo su andamiaje maquiavélico de trampas, chantajes, presiones y estrategias.

¿Cómo pudo sobrevivir este poeta de fibras tan sensibles, soportar celdas de castigo durante tantos años? Él nos responde con sus versos: Buscamos aliento entre los fósiles / sin mirar atrás. / El mar / borra las huellas de los peces / por un capricho más de la naturaleza. / No espere el dromedario / que ha de beber en el desierto / si no busca el manantial del oasis. / Busquemos algo que nos haga sentir / más allá de la sombra: / una caricia, un apretón de manos que despierte / los huesos olvidados / en este santuario de cadáveres.

Eso era -cuando nadie escuchaba-: un montón de huesos olvidados, "algo menos que el viento". Luego comenzó a escuchar una extraña música del otro lado de la bahía y supo que, a pesar de todo, no era sólo un esqueleto que había nacido muerto, como pensaba. Mucho menos "un espectro entre la humanidad".

Este poeta que aún sufre por sus compañeros fusilados ("a Yeyito lo amarraron para romper sus huesos a balazos"), aconsejaba a su compañero de celda "colar el té para brindar por la salud de las almas mezquinas" y las "esperanzas le renacían con el alba", sin importarle que el "sol volviera a nacer enfermo".

Eran, así dice en su primer libro, "hormigas del bosque ante las fieras, buscando el nuevo amanecer". O "agua que lame la roca y derrite montañas". Todo eso eran, porque tenían la razón.

En marzo de 1991 partió Ernesto al exilio, dejando atrás la callada campana de su pueblito natal de pescadores, el viejo barco anclado de su infancia en Cojímar; su fusil, su pueblo tan querido, el que un día no lejano sentirá un gran respeto y admiración por él, cuando el terror desaparezca, y con el terror, la abulia. Por denunciar las violaciones de los derechos del pueblo cubano fue el último de los plantados en salir de prisión.

Fuente: www.cubanet.org