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Artículos
La última cabalgata del Presidente.
Por Miguel Saludes
Cuando en 1980 Ronald Reagan salió electo presidente de Estados Unidos
de Norteamérica, en Cuba nos preparábamos para el holocausto final. Sus
exposiciones durante la campaña por la obtención del voto electoral lo
hacían predecir así. El acuñamiento de la frase Imperio del Mal, al
referirse a la Unión Soviética, era utilizada por el candidato
republicano a la silla presidencial, describiéndole como un furibundo
anti comunista y anti soviético. De ganar aquel "loco" el derecho a
residir en la Casa Blanca, el mundo estaría perdido. La prensa de
orientación izquierdista, entre ellas la cubana, mostraban
invariablemente la caricatura de un vaquero vistiendo el típico atuendo
de los conquistadores del Oeste americano, unas veces montado sobre la
esfera del mundo y otras sobre un misil nuclear. Con cara de pocos
amigos, rostro ceñudo y agriado, era la imagen que se buscaba transmitir
del nuevo mandatario. Esta visión no dejó de estar presente en los
medios de comunicación cubanos durante todo el tiempo que duró su
estadía en la presidencia.
Actor de segunda línea en más de cincuenta filmes facturados en
Hollywood, cuya temática estaba relacionada al cine del oeste, Ronald
Reagan estaba llamado a brillar con más éxito en otro escenario de mayor
importancia. Sus dotes histriónicas le serían de gran utilidad en su
nueva faena, en la que llegaría a asumir el rol protagónico. Para colmo
de ironías en esta actuación real tendría a su disposición armas mucho
más poderosas y reales que aquellos winchesters y viejas colt 45 que
utilizaban los personajes por él interpretados. La imagen de vaquero
dada por los caricaturistas quedaba justificada.
Una vez presidente, Reagan desató la locura del pánico al dar el visto
bueno al desarrollo del proyecto de Defensa Estratégica, más conocido
como "Guerra de las Galaxias" (no podía negar sus nexos con el medio
cinematográfico), y los calificativos en su contra subieron la parada.
Además de loco, fue llamado energúmeno, paranoico, fascista y otros
epítetos de tal naturaleza. Sin embargo, existían muchos matices que se
irían revelando en la personalidad del controvertido hombre de gobierno,
y no precisamente negativos.
Los acontecimientos que se fueron perfilando en los años de su
presidencia nos hablan de un hombre paradójicamente amante de la paz.
Sólo que buscaba ese camino de manera singular. Para tranquilizar a su
contraparte del Este les mandó este primer mensaje en un discurso: "Imaginemos
que Ivan y Ania se protegen de una tormenta y se refugian en el mismo
lugar que un Jimy y una Sally. Imaginemos que no existen barreras
idiomáticas. ¿Hablarán ellos de las diferencias entre sus gobiernos o se
contarán sobre sus hijos y problemas domésticos?" A los científicos de
su país les dijo: "Es mejor que hagan algo para detener esto. A esa
comunidad científica que nos provee de armas nucleares que revierta sus
esfuerzos y las vuelva obsoletas como contribución a la paz mundial".
Tras la imagen del guerrerista aparecía la de un hombre que no quería la
guerra.
Para ofrecer un rostro más benévolo a los soviéticos confía a una
escritora norteamericana muy popular en la tierra rusa que llevara allí
su mensaje de concordia. Suzanne Massie nos describe a un Reagan que
gustaba de la gente, tenía el don de llegar e esa gente y sabía cómo
hacerlo. "Era un patriota recto, y los rusos aprecian el patriotismo, no
importa cuán dogmáticos puedan ser", recuerda la escritora.
Luego vendrían los encuentros con Mijail Gorbachov, un co-protagionista
con un papel no menos destacado en el escenario político mundial de esos
años. Ambos salvaron a la humanidad de la catástrofe y fueron
arquitectos de la gran renovación liberadora que vivió el mundo a
finales del siglo pasado. Durante uno de los encuentros preliminares
entre los dos presidentes, Gorbachov sorprendió a su homólogo
norteamericano al proponer la Opción Cero, o sea, nada de armas
estratégicas. Reagan dando un palmetazo sobre la mesa le contestó: "Lo
hubiera dicho desde un principio. Yo también quiero eso".
Nunca nos fue transmitida con veracidad la esbelta y elegante figura del
septuagenario desafiando el frío y la enfermedad. Apenas recién
estrenado en su cargo estuvo al borde de la muerte por un ridículo
atentado, que por esas misteriosas coincidencias de la vida ocurrió en
el mismo año en que Juan Pablo II fue herido gravemente por la misma
causa. Después vendría la intervención de un tumor en el colon. Pero la
sonrisa del actor no desapareció de su rostro y continuó interpretando
el papel asignado. No le faltaba humor para ello.
Dicen que cuando el líder soviético visitó Washington, Reagan aprendió
un proverbio en ruso que citó en ese idioma durante el discurso de
bienvenida: "Confíe, pero verifique". Más tarde durante, durante su
visita a Moscú, Gorbachov le repostaría con estas palabras: "Sabiendo de
su interés por los refranes rusos quiero agregar a su colección un
proverbio más: 'Es mejor ver una vez que oír cien'". Reagan tomó al pie
de la letra lo expresado y salió en compañía de Nancy a caminar las
viejas calles de la capital rusa. Allí contactó con la gente sencilla
que le dispensó una gran acogida. Pero casi al término de la visita,
Ronald Reagan utilizó otra nueva adquisición folclórica de aquel pueblo:
"El niño cuando nace, sin prisa lo hace", en alusión al camino lento
pero seguro que tenían que seguir ambas potencias para lograr el desarme
y la confianza mutua. Alguien le preguntó en plena Plaza Roja al
mandatario estadounidense si seguía considerando a la URSS como el
Imperio del Mal. Con el brazo sobre los hombros de Gorbachov respondió
con un rotundo No. Pero aclaró que ahora era así porque también había
cambiado la realidad soviética.
La relación de su presidencia con la realidad cubana se destacó por la
aprobación de Radio Martí. Pero hay que recordar su actitud sincera y
honesta cuando la invasión a Granada, al avisar al gobierno de la Isla
de la determinación de intervenir militarmente en aquel pequeño país
donde había una destacada presencia de cubanos. Con ello trataba de
evitar choques entre la parte cubana presente en la isla caribeña y las
tropas de la 82 División. No obstante un tibio enfrentamiento, y cuando
en Cuba creíamos que no quedaba un compatriota vivo en aquel lugar,
todos fueron devueltos y tratados con consideraciones, por órdenes
directas del propio presidente.
Jamás el "lunático y belicoso" Ronald manifestó en sus campañas el
proyecto de poner punto final mediante la guerra al problema cubano,
como otros candidatos presidenciales habían hecho anteriormente.
Son muchos aspectos los que destacan a esta personalidad muy alejada de
lo que sería alguien enajenado o un irresponsable. Si por una parte
existieron cosas negativas en los años de su gobierno, no pueden ser
omitidas las positivas, que llevaron mayor peso. Sólo ello puede
explicar la abrumadora votación para su reelección y la gran despedida
que la nación le brindó al término del segundo mandato.
No puede ser soslayado su modo sencillo de vida, en el silencio del seno
hogareño, soportando una cruel enfermedad y finalmente la muerte
recibida sin grandes aspavientos.
El pasado 5 de junio el vaquero de Illinois hizo mutis en la pantalla de
la vida. Podemos imaginarlo montado en un caballo, alzando el sombrero
en una mano y partiendo a galope tendido hacia un territorio mucho más
vasto e infinito. Prefiero verle vistiendo un elegante y sobrio traje
mientras con su enigmática sonrisa parece burlarse de aquéllos que
menospreciaron su capacidad como mandatario de Estados Unidos.
El mundo que deja ya no es el mismo. El Imperio del Mal continúa bajo
otras formas, pero el que él combatió se desdibuja en el tiempo en parte
gracias a su intervención. Satisfecho, se aleja de manera definitiva
mientras parece decir: "Yo fui el artífice de esos cambios. No estaba
tan loco como algunos decían ".
Fuente: La Habana, junio (
www.cubanet.org
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