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La receta china.
Por Pablo Alfonso

El refranero popular cubano tiene una afirmación lapidaria para los males que no tienen remedio: "A ese no lo salva ni el médico chino''.

Ignoro de dónde proviene la certidumbre de que el tal galeno asiático posee poderes cuasi infalibles, pero así es el imaginario popular, siempre aferrado a los mitos y las esperanzas.

El tema viene a cuento a propósito de la visita que realiza a Cuba, el presidente de la República Popular China, Hu Jintao. El distinguido visitante llega, al parecer, con una agenda proclive a abrir la billetera de las inversiones en un momento en que la dictadura cubana tiene prácticamente cerrado esos caminos por falta de pagos.

¿Salvará el comunismo chino con economía de mercado a su hermano bastardo del Caribe, el comunismo castrista? No lo creo. Para eso se necesitaría más que los $500 millones que ha prometido Hu Jintao. Si usted lo duda, vuelva la vista atrás -lo que equivale a decir, búsque en las páginas de la historia-, y comprobará cómo el régimen de Castro la costaba $10 millones diarios al desaparecido imperio soviético.

De aquellos tiempos no queda nada... salvo una cuestionable deuda estimada en $30,000 millones y en cuyo monto total y real no logran todavía ponerse de acuerdo rusos y cubanos.

Por lo pronto los chinos de Jintao, convertidos en avesados empresarios modernos, están bien lejos de sus ancestros maoistas. En ese sentido, es bueno señalar que una gran parte de esas inversiones prometidas están destinadas a compartir la propiedad de las plantas productoras de níquel. El 49 por ciento para los empresarios chinos y el 51 por ciento para el Estado cubano. Dicho de manera más clara, los ''comunistas'' chinos no le están dando plata a ''sus primos'' caribeños para fomentar simplemente la industria del níquel en la isla, sino para adquirir en calidad de propietarios, casi la mitad de las plantas propiedad del Estado cubano.

Se trata de un negocio, no de una ayuda. Y como negocio los chinos se llevan una buena parte, teniendo en cuenta que como el principal productor de acero del mundo, China necesita el niquel cubano, no en calidad de comprador sino en calidad de propietario de su producción.

Hu Jintao ha ido a Cuba a buscar negocios para sus empresarios. Algo normal y nada reprobable en el mundo del mercado internacional. Se trata de negocios no de respaldos políticos, ni de ''internacionalismo proletario'', como trata de hacer ver la dictadura cubana.

Tratando de arrimar la brasa a su sardina Castro elogió el impetuoso desarrollo económico de China, alegando que el mismo ha sido posible ``en sólo 83 años después de la fundación de su glorioso Partido Comunista y 55 años después de la fundación de la República Popular China''.

''No vacilo en afirmar que [China] es ya el principal motor de la economía mundial'', dijo Castro el martes en un breve discurso pronunciado en la ceremonia de entrega de la Orden José Martí, al presidente chino.

Como Jintao no es tonto él sabe que los elogios del dictador cubano son pura demagogia. Sobre todo eso de atribuir el acelerado crecimiento chino de los últimos años al obsoleto sistema económico comunista. Lo que ha propiciado ese crecimiento es la economía de mercado, la apertura a inversiones millonarias de las grandes transnacionales, el acceso de los ciudadanos chinos a la empresa privada, la creación en suma, de un amplio sector de empresarios privados que coexisten con el sector estatal en una economía cada vez más liberal y menos centralizada. Todo lo contrario del desolador estatismo castrista.

Si hay algo que comparten en común las ideologías del Partido Comunista Chino y el de Cuba es la existencia de un partido único. La diferencia es que, de acuerdo con la mayoría de los analistas, China se encamina a una sociedad más abierta en tanto la dictadura cubana trata de cerrar cada día más las avenidas democráticas del país.

En reiteradas ocasiones Castro ha manifestado que el modelo chino no es para Cuba. Dice el dictador cubano que la isla está ''demasiado cerca de Estados Unidos'' para permitirse el lujo de aperturas económicas. Sin dudas a Castro no le gusta la receta china.

Fuente: El Nuevo Herald
Noviembre 24, 2004