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El gato de Lampeduza en La Habana
Por Pedro Corzo*

Muchos niegan al gobierno de La Habana capacidad de cambios, afirmación que la sobrevivencia del régimen parece desmentir. El poder ha mudado la piel infinidad de veces, sin afectar la estructura sobre la que se sostiene. Las proclamadas convicciones han sido instrumentos, no fundamentos.

El sentido de la oportunidad del totalitarismo isleño se ha evidenciado a través de estas cinco décadas. Para subsistir ha hecho de todo. Negar ser comunista. Proclamar el pan con libertad. Anunciar el socialismo. Exhortar a la guerra nuclear. Denunciar a China. Elogiar a Pekín. Exaltar a la Unión Soviética. Vituperar a la Unión Soviética y descalificar el extinto bloque socialista.

Pregonar la paz sin dejar de hacer la guerra. Presidir los No Alineados y formar uno de los ejércitos mercenarios más poderosos que recuerda la historia a pesar de la famosa consigna ``¿Armas para qué?''. Promulgar la fraternidad y subvertir gobiernos aliados. Divulgar la solidaridad y cobrar con usura los servicios que presta. Las únicas constantes del poder cubano son el discurso estadounidense, que puede variar en cualquier momento, y la acción represiva, que nunca será modificada porque es su columna vertebral.

Los instrumentos para controlar han sido muchos. Una reforma agraria para estatizar las tierras y que ha conducido a la dependencia absoluta de las importaciones agropecuarias. Un gigantesco plan de industrialización que acabó con el sistema productivo del país. Una legislación urbana que impide la herencia y la propiedad del inmueble.

Una Ley 270 que otorgaba beneficios que atentaban contra los principios más elementales de la economía, pero que ofrecía la imagen de un estado benefactor de riquezas incalculables pero que al ser derogada remitió las condiciones laborales a situaciones excepcionales de la Cuba republicana. La 270 y otros beneficios fueron eliminados tan pronto el régimen se percató de que al engranaje del sistema se acoplaban las tuercas y tornillos en las que se había transformado el ciudadano.

Recordemos la entrega gratis de almuerzos, ropa y calzado de trabajo. Años después esos beneficios fueron cancelados y el individuo obligado a satisfacer sus necesidades en la bolsa negra o con ayuda procedente del extranjero. Una libreta de abastecimiento que garantizaba consumos que no satisfacía.

En el principio de los tiempos revolucionarios, en la carrera para establecer el totalitarismo, el circo era gratis. Los espectáculos artísticos y deportivos no tenían costo. Se estatizaron playas y hoteles para más tarde vedarlos al turismo nacional. Un sistema de salud colapsado por falta de profesionales y que no suministra medicinas por la incapacidad productiva en ese y todos los otros renglones de la economía y los servicios.

El gatopardo de La Habana anunció la conversión de cuarteles en escuelas y construyó en cada esquina un cuartel. Derribó prisiones para erigir campos de concentración. Habló sobre armonía social e hizo de la delación una práctica oficial. Pregonó el nacionalismo y subordinó el país a un estado extranjero.

El supuesto milagro social cubano --salud, educación y deporte-- fue subsidiado por la Unión Soviética. Cuando el cuerno de la abundancia se agotó, la vitrina se rompió. En el presente la educación cubana enfrenta una seria bancarrota y el deporte padece la fuga de sus atletas más relevantes.

El traidor que abandonó el país ha evolucionado a una especie de hijo pródigo. Miles fueron a prisión por tenencia de dólares pero hoy es signo de prosperidad. El turismo expatriado por décadas es procurado con el mismo afán con el que se enviaban soldados a morir en Angola. La inversión extranjera desterrada.

a reunión de Raúl Castro con la Iglesia Católica cubana tiene notas nunca antes escuchadas y el tema debe ser analizado a fondo, pero antes de hacerlo, hay que acotar que aunque el poder se desenvuelve en el mismo espacio, sus instrumentos están gastados por el uso, lo que puede propiciar un escenario nuevo que genere expectativas insospechadas.

El gobierno está como la economía de la isla: deteriorado, en ruinas; por lo que es de suponer que las contradicciones propias de la naturaleza humana estén apolillando la estructura totalitaria. Ahí puede estar la muerte del gato y del pardo.

No obstante, no debemos perder de vista que mucho de lo prohibido puede ser bendecido de repente, pero eso no significa el cambio necesario. El totalitarismo insular sigue comportándose como un camaleón de buena raza. Raúl Castro no se transformó en discípulo de la Madre Teresa de Calcuta. La sobrevivencia del sistema determina ajustes en la correa de transmisión para que todo siga igual, y esa es su intención, nuestra obligación es frustrar el intento.

4 de Junio, 2010.

*
Periodista, documentalista, escritor. Ex-preso político en Cuba.

Fuente: © 2009 El Nuevo Herald