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Artículos
Tratamos como Amigo al Enemigo.
Por Oriana Fallaci.
Ahora me preguntan: “¿Qué dice, qué tiene que decir de lo sucedido en
Londres?”. Me lo preguntan personalmente, por fax, por e-mail, a menudo
reprochándome porque hasta ahora he estado callada. Como si mi silencio
hubiera sido una traición. Y cada vez sacudo la cabeza y me digo a mí
misma: ¡¿qué más debo decir?!
Hace cuatro años que hablo. Que me lanzo contra el monstruo decidido a
eliminarnos físicamente y junto a nuestros cuerpos destruir nuestros
principios y nuestros valores. Nuestra cultura. Hace cuatro años que
hablo de nazismo islámico, de guerra contra Occidente, de culto de la
muerte, de suicidio de Europa. Una Europa que no es más Europa sino
Eurabia y que con su blandura, su inercia, su ceguera y su servilismo
ante el enemigo se está cavando su propia tumba.
Hace cuatro años que como una Casandra me desgañito gritando: “Arde
Troya, arde Troya”, y me desespero sobre los Danai que, como en la
“Eneida” de Virgilio, se propagan por la ciudad sepultada por la torpeza.
Que a través de las puertas abiertas reciben a las nuevas tropas y se
unen a los grupos cómplices.
Cuatro años que repito al viento la verdad sobre el monstruo, es decir,
sobre sus colaboracionistas que, de buena o mala fe les abren las
puertas. Que como en el Apocalipsis del evangelista Juan se tiraban a
los pies y se dejaban imprimir la marca de la vergüenza.
Comencé con "La rabia y el orgullo". Continué con "La fuerza de la razón".
Proseguí con "Oriana Fallaci se entrevista a sí misma" y con "Apocalipsis".
Y entre uno y otro, la prédica "Despierta, Occidente, despierta". Los
libros, las ideas, por los que en Francia me procesaron en 2002 acusada
de racismo religioso y xenofobia. Por los que en Suiza pidieron a
nuestro ministro de Justicia mi extradición esposada. Por los cuales en
Italia seré procesada con la acusación de vilipendio contra el Islam, es
decir, por el delito de opinar. (Delito que prevé tres años de prisión
cuando no se recibe sorpresivamente algún explosivo islámico en una
cantina.)
Libros, ideas, por los cuales la izquierda en el Caviale y la derecha en
el Fois Gras y también en el Centro del Prosciutto me han denigrado,
vilipendiado, puesto en la picota junto a aquellos que piensan como yo.
Es decir, junto al pueblo sabio e indefenso que en sus salones es
definido por los radicales como chic, "populacho de derecha". Sí, es
verdad: en los diarios, que en el mejor de los casos me oponían
farisaicamente la conjura del silencio, ahora aparecen títulos
compuestos con mis conceptos y mis palabras. "Guerra contra Occidente",
"Culto de la muerte", "Suicidio de Europa", "Despierta Italia, despierta".
Sí, es verdad, sin admitir que no me había equivocado el ex secretario
de la Quercia ahora concede entrevistas en las cuales declara que estos
terroristas quieren destruir nuestros valores, que este ataque es de
tipo fascista y que expresa el odio por nuestra civilización. Sí, es
verdad, hablan de Londonistán, el barrio donde viven unos setecientos
mil musulmanes de Londres.
Una ciudad subterránea
Los diarios que antes defendían a los terroristas hasta la apología del
delito ahora dicen que en cada una de nuestras ciudades existe otra
ciudad. Una ciudad subterránea, igual a la Beirut invadida por Arafat en
los años setenta. Una ciudad extranjera que habla su propia lengua y
observa sus propias costumbres, una ciudad musulmana donde los
terroristas circulan sin ser molestados y sin problemas organizan
nuestra muerte.
Por lo demás, ahora se habla abiertamente también del terrorismo
islámico, lo que se evitaba anteriormente con cuidado para no ofender a
los así llamados musulmanes moderados. Sí, es verdad: ahora también los
colaboracionistas y el imán expresan sus hipócritas condenas, sus
mendaces execraciones, su falsa solidaridad con los familiares de las
víctimas.
Sí, es verdad, ahora se realizan severos controles en las casas de los
musulmanes indagados, se arresta a los sospechosos, quizá se decida
echarlos. Pero en esencia nada ha cambiado.
Nada. Desde el antinorteamericanismo hasta el antioccidentalismo y el
filoislamismo, todo continúa como al principio. Hasta en Inglaterra, el
sábado 9 de julio, es decir, dos días después del ataque, la BBC decidió
no utilizar el término "terroristas", palabra que exaspera el tono de la
cruzada, y eligió el vocablo bombers, atacantes, pone bombas.
El lunes 11 de julio, vale decir cuatro días más tarde del atentado, The
Times publicó en la página de opinión la viñeta más deshonesta e injusta
que jamás haya visto. Una en la que, al lado de un kamikaze con una
bomba, se ve a un general anglo-norteamericano con otra idéntica en su
forma y tamaño. Sobre la bomba una inscripción: "Asesino indiscriminado
y directo contra centros urbanos" y sobre la viñeta el título: "Spot the
difference" (encuentre la diferencia).
Casi al mismo tiempo, en la televisión norteamericana he visto a una
periodista de The Guardian, diario inglés de extrema izquierda, que
absolvía la apología del crimen manifestada esta vez por los diarios
musulmanes de Londres. Y que en la práctica atribuía la culpa de todo a
Bush. El criminal, el más grande criminal de la historia, George W.
Bush. "Es necesario comprenderlos -gorjeaba-. La política norteamericana
los ha exasperado. Si no hubiera habido guerra en Irak?" (Jovencita, el
11 de septiembre de 2001 la guerra no existía. El 11 de septiembre la
guerra la declararon ellos. ¿Lo ha olvidado?)
Y contemporáneamente he leído en La Repubblica un artículo donde se
sostenía que el ataque al subterráneo de Londres no ha sido un ataque a
Occidente. Ha sido un ataque que los hijos de Alá realizaron contra sus
propios fantasmas. Contra el Islam lujurioso (supongo que quiere decir "occidentalizado")
y contra el cristianismo "secularizado". Contra los pacifistas hindúes y
la magnífica variedad que Alá ha creado.
En verdad, explicaba, en Inglaterra los musulmanes son dos millones y en
el subte de Londres no se encuentra un inglés ni por casualidad. Todos
de turbante, todos de kefíeh, todos con largas barbas y el djellabah. Si
se encuentra a una rubia de ojos azules, es del Cáucaso. (¿De verdad? ¡Quién
lo hubiera dicho! En las fotografías de los heridos no diviso ni
turbantes ni kefíeh ni barbas largas ni djellabah, Y menos burkas y
chador. Sólo veo ingleses como los que en la Segunda Guerra Mundial
morían bajo los bombardeos nazis. Y al leer los nombres de los
desaparecidos veo a Phil Russel, Adrian Johnson, Miriam Hyman, más
algunos alemanes o italianos o japoneses. Nombres árabes, hasta hoy,
sólo he visto el de una joven que se llamaba Shahara Akter Islam.
Fuente:
La Nueva Cuba
Julio 22, 2005
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