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Artículos
¿Por qué se rajó la caña brava?
Por Nicolás Pérez Diez-Argüelles
En los lugares más insospechados uno se reinventa a sí mismo. En una
reciente visita a casa de mi primo Javier en Austin, Texas, en su
biblioteca tropecé con dos viejos libros que releí con suma atención: El
cuarto piso, de Earl T. Smith, último embajador norteamericano ante el
régimen de Batista y Respuesta, escrito por el propio dictador, en el
cual éste narra, a su manera, los últimos días de su trágico mandato.
El déjà vu que dejan las memorias de protagonistas en alguien que vivió
desde las gradas, pero jugada por jugada, aquella circunstancia hizo que
me replanteara ciertos hechos. Combatí al régimen de Batista desde muy
niño. Me rebelé contra un desgobierno en el cual ser estudiante y joven
era un crimen. Pero no sería honesto si al paso de los años, al llegar a
certezas, no intentara desmitificar dogmas que han estado durante medio
siglo asentados en el alma cubana de las dos orillas.
Es un axioma político en América Latina que el gobierno norteamericano
de 1956 a 1959 se colocó en la problemática cubana al lado de Batista.
Eso es incierto. Los Estados Unidos no resultó ser ni neutral. Con la
prohibición de vender armas al gobierno de Fulgencio Batista y
permitiendo que en Miami los partidarios de la revolución (De Fidel
Castro) enviaran a la isla los alijos de armas que les diera la gana, o
expediciones como la del Corinthia, pusieron a la dictadura más que
militarmente, psicológicamente hablando, contra las sogas.
Fulgencio Batista no es el único culpable por el advenimiento de la
revolución cubana. A él no lo derrotó el poder de fuego de las armas,
sino el New York Times, el Departamento de Estado norteamericano, la
irresponsabilidad y desidia de los capitalistas de la isla, la falta de
rigor de los intelectuales, la venalidad de la dirigencia obrera, y una
mezcla gubernamental de brutales violaciones a los derechos humanos y
corrupción administrativa.
El dictador no la tuvo fácil. La lucha armada castrista resultó ser un
montaje de marketing político imaginativo e ingenioso. La supuesta
guerra sin cuartel entre el ejército rebelde y el gobierno fue una farsa.
En el combate de El Uvero, el más cruento de los librados entre ambas
fuerzas, el 26 de Julio sólo tuvo 15 muertos. En un solo día y sus
secuelas, el 13 de marzo de 1957, los estudiantes del Directorio
Revolucionario, dieron más mártires a la lucha contra la dictadura que
la suma de las batallas de Alegrías del Pío, El Jigüe, Santo Domingo,
Bueycito, el Hombrito, Pino del Agua, ataque al cuartel de La Plata,
Arroyos del Infierno, Yaguajay y la toma de Santa Clara.
La supuesta invasión que llevó la guerra a las provincias occidentales,
emprendida por Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara y que ha pasado a
los libros de historia como una proeza militar, algo así como una
epopeya griega dirigida por semidioses, fue en realidad una ridícula
excursión turística con pocos tiros pero muchos dólares para sobornar al
ejército. A finales de 1958 se vendía por un plato de lentejas dentro de
las fuerzas armadas hasta el más pinto de la paloma. Y ahí están los
Ríos Chaviano y los Rosell.
Una verdad monda y lironda que a muchos les molesta escuchar: si el
ejército de la república de Cuba pelea con coraje y vergüenza, como lo
hizo una ínfima minoría de militares, la caída de la dictadura hubiera
sido inevitable, pero hubiese demorado años en cristalizar.
Si deseamos hacer honor a la verdad y concluir por qué se rajó la caña
brava, no hay que señalar con el índice al ejército rebelde ni a la
clandestinidad del 26 de Julio, sino remontarse a antes del asalto al
Cuartel Moncada y recordar la columna #1 comandada por Eduardo Chibás,
la #2 por Miguel Angel Quevedo y la #3 por José Pardo Llada, que con
burdas tergiversaciones, mentiras y demagogias, de un modo sistemático y
minucioso, los tres se encargaron de destruir las instituciones de la
isla, creando un clima de anarquía y desconfianza que hicieron que el
pueblo perdiera el respeto a cualquier tipo de autoridad o poder
establecido, y allanaron los obstáculos para que se iniciara esta
destructiva agonía de la nación cubana que ya dura medio siglo y pica y
se extiende.
Fuente: El Nuevo Herald, 10 de octubre
de 2007.
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