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Artículos
El cabreo universal.
Por Carlos Alberto Montaner *
El breve discurso de Castro (apenas cuatro implacables horas) en
conmemoración de otro aniversario del asalto al cuartel Moncada,
ocurrido el 26 de julio de 1953, ha logrado el extraño milagro de
cabrear a todo el mundo: las representaciones extranjeras que esperaban,
no se sabe por qué, una señal de tolerancia con la oposición democrática,
los familiares de las víctimas del remolcador «13 de marzo», que soñaban
con que el Comandante pidiera perdón por el asesinato de 37 personas
cometido el 13 de julio de 1994 por la fuerzas de Seguridad, y hasta los
miembros del aparato, condenados a estar en el recinto, a quienes se les
había asegurado que sería un discurso de 45 minutos.
Pero quienes más disgustados quedaron fueron los venezolanos y los
propios cubanos. Los primeros, porque Castro anunció que desde el 2004
unos misteriosos Reyes Magos, o sea, Chávez, a quien no nombró, están
subsidiando a Cuba muy generosamente, lo que ahora le permite al
gobierno de La Habana comprarle a China mil autobuses, restaurar y dotar
de equipos sofisticados a 50 grandes hospitales y más de 800 consultas
de dentistas, mientras se reconstruyen las centrales eléctricas y una
buena parte de la infraestructura sanitaria del país.
El total de estas donaciones venezolanas a Cuba, encubiertas como
créditos irrecuperables, se calculan entre cuatro y cinco millones de
dólares diarios, una cifra descomunal que sólo se entiende por la
bonanza de los precios del petróleo.
Al mismo tiempo, es esa ayuda la que explica el desdén con que Castro
trató a la Unión Europea y a Estados Unidos cuando ofrecieron respaldo
tras el paso del huracán Denis: ¿para qué unos cuantos dólares o euros
cuando cuenta con la chequera sin fondo de Chávez?
Naturalmente, en Venezuela, donde cada día que pasa hay más pobreza, y
en donde los servicios públicos tienen un nivel africano, los
venezolanos se preguntan por qué tienen ellos que pechar con el desastre
cubano sin antes solucionar el propio.
Dentro de Cuba el discurso fue un chorro de saliva fría. Ni un solo
síntoma de rectificación o de sentido común: exactamente la misma
ridícula cantinela de casi medio siglo, con los mismos culpables de
siempre (el capitalismo, los norteamericanos y los demócratas de la
oposición).
Por otra parte, nadie creyó que habrá alivio a los infinitos problemas
que padece el país, porque la experiencia les ha enseñado a los cubanos
que el socialismo es una máquina implacable de destruir bienes de equipo
y de arruinar servicios.
Antes de dieciocho meses toda esa infraestructura que hoy se repara será
de nuevo una cosa polvorienta, destrozada por la incuria de la
burocracia.
Los pobres soviéticos enterraron cien mil millones de dólares a lo largo
de tres décadas para que Cuba pasara de ser uno de los primeros países
de América a convertirse en uno de los últimos. A la pobre Venezuela no
le irá mucho mejor. Castro acabará por arrebatarle a Chávez hasta su
locuacidad de papagayo tropical. Lo dejará sin plumas y sin cacareo.
*
Escritor, político e intelectual
cubano exiliado en España.
Fuente: La Nueva
Cuba
Julio 28, 2005
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