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Artículos
Desde aquella primavera del odio
Por Iria González-Rodiles*
“No es fácil”, decimos siempre los cubanos ante
situaciones complicadas y adversas que, por cierto, son constantes en mi
país.
A pesar de tantas desgracias, tampoco es fácil desprenderse de la tierra
natal donde se queda la mayor parte de uno mismo.
La despedida, el adiós, son tan rápidos y compulsos, como un salto al
vacío tras recibir un empujón; la llegada al extranjero, como una caída
violenta, como un golpetazo contra el suelo, y no, precisamente, porque
el avión realice algún aterrizaje forzoso: nada resulta igual a lo que
imaginábamos.
¿Un ‘hasta luego’?
Al partir, pensaba que Cuba experimentaría un cambio a muy corto plazo,
dada la debilidad y el miedo perceptibles en el desesperado y furibundo
ataque de la dictadura totalitaria contra la disidencia interna y,
además, porque creí que sería más efectiva la tremenda protesta
internacional que levantó aquella trágica ola represiva de Marzo del
2003, bien llamada la Primavera Negra de Cuba.
Y de producirse los tan esperados y necesarios cambios, yo podría
regresar a la Isla, más temprano que tarde. También esperaba una pronta
respuesta a mi demanda de asilo.
Ambas ideas –el cambio inminente, la respuesta sin demora— se
fundamentaron en aquellas señales de tambaleo, emitidas por la represión
dictatorial, por una parte, y en mi indiscutible quehacer periodístico
como disidente, por otra.
El reverso de lo supuesto
Nada fue como pensaba: Cuba sigue bajo la dinastía dictatorial-totalitaria
–al menos, hasta ahora— y la respuesta a mi solicitud de asilo demoró
muchísimo más de lo esperado. (Y si alguien me riposta que tres años son
aún un corto plazo de tiempo para ambas expectativas, le diré que a mí
me parecen multiplicados por diez).
Nunca figuró, entre mis proyectos, la idea de irme definitivamente de la
tierra donde nací y crecí, donde nacieron mis hijos y están enterrados
mis padres; donde transcurrió mi infancia, mi juventud y gran parte de
mi adultez; donde me equivoqué y recomencé tantas veces como puede
cualquier ser humano hacerlo en todos los órdenes de la vida.
La compulsión
Fue con posterioridad a los acontecimientos del 2003, cuando me vi
obligada a ‘elegir’ entre la cárcel o el exilio: 75 opositores pacíficos
y periodistas independientes fueron condenados a monumentales años de
prisión. Entre ellos, mis amigos y colegas más cercanos: Manuel Vázquez
Portal, Raúl Rivero y Ricardo González Alfonso. Así, la mayoría de los
disidentes en quienes –a mi juicio— podía confiar, se hallaban –se
hallan— en cautiverio.
O dejaba de escribir o terminaría en la cárcel, como mis colegas. Ya en
el interrogatorio al que me sometió la Policía Política (Seguridad del
Estado), el 15 de septiembre del 2000, fui advertida de que aplicarían
la Ley 88, es decir, la ‘Ley Mordaza’ contra la disidencia, subrayándome
que yo no resistiría la cárcel. (Ley ilegal, destinada a silenciar toda
persona que exprese públicamente, dentro o hacia el exterior de Cuba,
sus discrepancias con el régimen de la Isla).
Pero, en realidad, no es uno quien decide nunca, en un país dictatorial
y totalitario, si se queda o si se marcha, si se va a la cárcel o si se
queda en casa: no existe la libertad de movimiento, ni el estado de
derecho. So pena de la amenaza, uno sólo decide si deja de escribir o
no, porque –aunque tampoco hay libertad de expresión— las ideas, las
palabras, la boca, son de uno. Y yo no dejé de escribir. Antes bien, mi
trabajo fue más intenso que nunca, a partir de la represión desatada.
Era mi deber como ciudadana y periodista.
Me ‘dejaron’ partir, como a otros, quizás para evitarse más conflictos y
reacciones condenatorias en la entonces caldeada esfera internacional,
que ya incluía hasta organizaciones, gobiernos y personalidades de
izquierda. Un escándalo.
(Para bochorno de Europa, del justo revuelo internacional que provocó La
Primavera Negra de Cuba, apenas se escuchan algunas voces que aún exijan
la libertad de quienes permanecen como prisioneros de conciencia en las
infrahumanas prisiones de la Isla).
El refugio
Así llegué a Suiza, la apacible, neutral y democrática, por naturaleza y
tradición. La bellísima y casi perfecta Suiza. Con todo, fueron muy
duros para mí –indescriptibles— los casi tres años de incertidumbre,
esperando una respuesta a mi solicitud de asilo, sin mi familia, sin mis
amigos, sin mi casa... Hallé otro refugio, sí, pero en mis largas y
solitarias caminatas por los preciosos bosques y montañas helvéticas, en
mis plegarias, en la lectura y, sobre todo, en los artículos que
escribía sobre la situación cubana y sobre quienes quedaron entre rejas
por su objeción de conciencia.
Cierto: logré escapar de la gran prisión –la Isla— y de la pequeña –la
de muros y rejas— y estoy viviendo en la libertad, la democracia, el
estado de derecho. Pero he pagado un precio muy alto por ello. Las
secuelas del totalitarismo, aún me alcanzan y lastiman: ni siquera pude
estar en el primer parto de mi única hija hembra, ocurrido en Cuba,
dentro del tiempo que llevo refugiada en Suiza, ni aún he podido conocer
al nieto, que ya tiene 28 meses.
Nada nuevo, pero igualmente desgarrante, desde el punto de vista humano
y familiar, y violatorio de los Derechos Universales del Niño y de la
Familia: nunca olvidaré que tampoco pude venir a Suiza para el
nacimiento de mi primer nieto, suizo-cubano, porque las autoridades de
la Isla me lo impidieron, como represalia cruel ante mi quehacer
periodístico independiente.
Cierto, también: He sufrido mucho, sí, como nunca, pero no me apena
confesarlo públicamente, aunque se alegren mis inquisidores; el dolor es
propio de la condición humana y hasta, a veces, parte inseparable de
todo proceso de sanación, físico o espiritual.
Y no valen las quejas, porque otros han sufrido o sufren más que yo:
quienes han muerto en el exilio sin lograr el soñado regreso a Cuba;
quienes aún llevan años en la espera activa de que ese sueño se realice;
quienes están en las cárceles de la Isla o fuera de ellas, en la Gran
Isla Prisión, sin que sus sueños de libertad puedan ser aprisionados.
Sin embargo, no se equivoca Paulo Coelho en El Alquimista al asegurarnos
que “es justamente la posibilidad de realizar un sueño lo que hace que
la vida sea interesante”.
Un sueño realizable
Fue un gran riesgo escribir con libertad en Cuba y partir hacia lo
desconocido, también; mucho más, cuando ya no somos jóvenes, pero, sobre
todo, cuando tenemos una familia que también se afecta con nuestras
decisiones. Pero “vivir es un riesgo” y “sabio es aquel hombre que
consigue cambiar de situación cuando se ve forzado a ello”: ambas citas
de Coelho y Zao Chi, me sugieren diariamente que asuma con valor los
rumbos que la vida nos depara con sus inescrutatables e incomprensibles
misterios.
Finalmente, Suiza me ha acogido y le estoy profundamente agradecida.
Tanto, que la lloraría y extrañaría si alguna vez fuera posible mi
regreso a una Cuba democrática, libre.
Y heme aquí, que nadie lo dude, obligada por las circunstancias, dado mi
trabajo periodístico a favor de los derechos humanos, la democracia y el
estado de derecho, tan necesarios para todo el mundo como el mismísimo
aire que respiramos…
…Y soñando, también, con el regreso a una Cuba libre del odio que castra
y de cualquier tipo de castración: con todo el doble sentido y en la más
amplia acepción que sugiere esta última palabra.
*Iria
González-Rodiles: Periodista Independiente de Cuba Press desde 1995. Sus
artículos, escritos desde La Habana, se publicaron en las páginas WEB
de la SIP, RSF, Nueva Prensa Cubana, Instituto de Economistas
Independientes, Cubaencuentro, etc. También aparecen publicados en el
New Herald, Diario de las Américas, Revisa Hispano Cubana y Nueva Prensa
Cubana. Desde Suiza, ha escrito para las páginas WEB de La Nueva Cuba,
NotiCuba Internacional, Somos Cubanos y España Liberal, entre muchas
otras.
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