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Artículos
Voltaire y Picasso contra Castro.
Por Iria González-Rodiles*
“¿Esto es a favor o en contra de Castro?”, preguntó un ciudadano suizo,
tras irrumpir con peculiar energía en el stand donde nos hallamos.
“!No es a favor!”, contestamos algunos casi al unísono y otros a
destiempo, cual armonioso eco en cadena.
Y, aunque tan equilibrada respuesta parezca más próxima al temperamento
helvético que al cubano, sólo cumplimenta cierto patrón de conducta
exigido para quienes se inserten o pretendan insertarse en la sociedad
Suiza, apacible e imparcial, por naturaleza y tradición.
Allí, en la Place du Molard de Ginebra, convocamos la recogida de firmas
que respalden a Las Damas de Blanco, propuestas para el Premio Nobel de
la Paz por la Asociación Cultural de la Comunidad Cubana en Suiza.
El ciudadano suizo de la tajante pregunta, firma de inmediato, resuelto,
una vez aclarada su duda.
El 20 de Mayo, fecha en que celebramos la Constitución de la República
de Cuba, sirve como punto de partida para continuar acopiando firmas en
otros cantones –como Lausanne y Neuchatel— a favor de esas mujeres
cubanas que han sido víctimas de atropellos por parte de grupos
organizados con la anuencia e instigación gubernamental.
Por medio de grandes pancartas con fotos y textos, situadas en cada
esquina del stand, los transeúntes reciben las primicias sobre quiénes
son Las Damas de Blanco: madres, esposas, hermanas, hijas, vestidas con
el color de la paz, que reclaman, en marcha silenciosa y pacífica, la
libertad de sus familiares, condenados a monumentales años de cautiverio
por tan sólo ejercer el derecho a expresar libremente sus discrepancias
con el gobierno totalitario cubano.
Luego, dentro del stand y en sus alrededores, se produce el diálogo, la
comunicación têtê-a-têtê, que nos deja incontables rúbricas y, también,
inolvidables vivencias:
Un personaje suizo sui géneris, hombre corpulento, con barba y pelo
grisáceos –parecido al ‘Caballero de París’ habanero—, que deambula por
las calles ginebrinas junto un gato dormilón y al órgano de agradable
musiquita, comenta por qué da su firma:
“Estuve en Cuba y me di cuenta de la ruptura entre el discurso político
y la realidad. Nada anda bien cuando los alimentos están racionados
durante casi medio siglo. Quienes viven en una nación democrática y no
constatan lo que sucede verdaderamente en otros países, son unos tontos”.
Entre los firmantes también figuran muchos africanos y un refugiado
Rhuandés rememora con cierta indignación su viaje a Cuba: “Es el país
más represivo que he visitado en mi vida. La policía me detuvo y pidió
mi identificación constantemente, sólo por el color de mi piel, porque
soy negro. Me confundían con los cubanos de mi raza”.
Otro suizo, joven, escudriña desconfiado las pancartas y los rostros de
quienes solicitamos su apoyo; responde que firmaría si no están detrás
los terroristas de Miami. “¿Acaso usted los conoce?”, le preguntó uno de
los nuestros. Después del diálogo y los argumentos, se solidariza y
firma. Se despide afectuosamente: hemos ganado un nuevo amigo, víctima
del engaño.
En otro stand, próximo al nuestro, se captaban donantes de sangre. Uno
de los médicos que allí laboraba se acerca y expresa: “Vengo a firmar
porque me parece ridículo que Castro niegue ser poseedor de la gran
fortuna publicada por la revista Forbes; además, porque los hospitales
destinados a la población cubana, carecen de la higiene necesaria,
medicamentos y recursos mínimos, mientras que en los hospitales,
exclusivos para los extranjeros que visiten la Isla, cuentan con todo
tipo de recursos; y también firmo porque sé que a los niños se les priva
del derecho a tomar leche a los siete años y porque a los viejos sólo
les venden una mezcla extraña que dan por nombre ‘cerelax’.
Cierto es que tanto el doctor suizo, como muchos otros firmantes de las
más disímiles nacionalidades, saben de Cuba más de lo que imaginamos
nosotros, los cubanos.
Atraída por la foto de Las Damas de Blanco, con la Iglesia Santa Rita de
fondo y un dibujo similar a La Paloma de Picasso, se acerca un enfermera
y nos regala un poético comentario:
“Las enfermeras nos vestimos de blanco, trabajamos por la vida, en los
partos, con los recién nacidos, damos amor. Aquí en Suiza también nos
llaman ‘les dames de blanc’. Las palomas blancas simbolizan la paz y
anidan en los campanarios de las Iglesias. Las Damas de Blanco cubanas
se asemejan a nosotras y a las palomas. Firmo”.
Otra mujer suiza, estilizada, fina, de ojos azules y pelo rubio, toma
nota en una agenda y se aproxima. Conversamos. Firma y me confiesa que
las palabras de Voltaire, expuestas en un cartel sobre la mesa nuestra
mesa de trabajo, la indujeron a indagar sobre los propósitos que animan
Las Damas de Blanco.
He aquí texto al que ella se refiere:
“Yo defenderé mis opiniones hasta la muerte, pero yo daré mi vida porque
usted pueda defender las vuestras”.
Por eso intuyo que hasta Voltaire y Picasso estuvieron presentes en la
Place du Molard favoreciendo a Las Damas de Blanco cubanas.
*Iria
González-Rodiles: Periodista Independiente de Cuba Press desde 1995. Sus
artículos, escritos desde La Habana, se publicaron en las páginas WEB
de la SIP, RSF, Nueva Prensa Cubana, Instituto de Economistas
Independientes, Cubaencuentro, etc. También aparecen publicados en el
New Herald, Diario de las Américas, Revisa Hispano Cubana y Nueva Prensa
Cubana. Desde Suiza, ha escrito para las páginas WEB de La Nueva Cuba,
NotiCuba Internacional, Somos Cubanos y España Liberal, entre muchas
otras.
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