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Entendiendo a Salamanca.
Por Huber Matos Araluce

Los cubanos demócratas no deberíamos sorprendernos por el resultado de la última Cumbre Iberoamericana. Desde los tiempos de Franco, España ha sido consistente en su estrecha relación con la tiranía castrista. La desaparición de la Unión Soviética fortaleció los lazos entre Madrid y la Habana y con la llegada de Rodríguez Zapatero a la presidencia española la cuestión cubana comenzó a jugar un papel estratégico en la política del PSOE.

Sería una contradicción que España, siendo uno de los principales socios del castrismo, estuviese a favor del embargo norteamericano. Es congruente que Zapatero haga causa común con Castro y denuncie la política norteamericana respecto de Cuba. Por esto, el voto en Salamanca no fue tanto contra el “bloqueo” como a favor de los negocios españoles en la Isla. España propuso en el seno de la Unión Europea el diálogo constructivo con la tiranía, no porque éste fuese a mejorar la situación de los derechos humanos en Cuba, como ha quedado ampliamente demostrado. El verdadero objetivo era neutralizar la creciente tirantez entre los miembros de la UE y la tiranía en la Isla. Escudadas en el diálogo constructivo, las inversiones españolas en Cuba prosperan. Por ejemplo, la cadena de hoteles Meliá ya tiene en Cuba 22 hoteles. Sin duda un récord en Latinoamérica.

El voto contra el embargo, que Madrid insistió fuese un voto contra el “bloqueo”, es parte también de una estrategia política. Una buena parte del pueblo español desprecia a los Estados Unidos, por lo que Zapatero y su partido se benefician enfrentándose a Washington en casi cualquier frente. La cuestión cubana es una permanente y magnífica oportunidad. Además, George W. Bush es suficientemente impopular en España y en otras latitudes como para desperdiciar la oportunidad de darle una estocada. Pero hay más; España pretende jugar el rol de representante de Latinoamérica en la Unión Europea, algo así como su líder. Con este fin Madrid tiene que cultivar la simpatía de la izquierda demagógica en Latinoamérica y su conveniente odio contra los Estados Unidos. Una razón para las especiales relaciones con Chávez y con Castro.

De los políticos latinoamericanos, con honrosas excepciones, no hay mucho que esperar. Llegan al poder con un respaldo popular fragmentado y se mantienen en él haciendo equilibrios. Son víctimas de sus promesas electorales y de la dificultad para cumplirlas. El precio de denunciar a Fidel Castro y sus violaciones de los derechos humanos implica un enfrentamiento con la izquierda demagógica a la que temen.

Pero nada de esto debe frustrar a los demócratas cubanos. El rotundo fracaso del comunismo es una prueba irrefutable de que los sacrificios pasados no han sido inútiles. Millones de europeos, latinoamericanos y norteamericanos desean una Cuba democrática, donde el progreso y la justicia social reemplacen a la pesadilla actual. El pueblo cubano va perdiendo el temor. El terror paralizante de ayer es cosa del pasado. La hora de la oposición democrática va llegando. Hay que superar el anticastrismo y concentrarnos en el futuro.

Huber Matos Araluce
San José, Costa Rica
Octubre 24, 2005