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Los cubanos en nuestro laberinto.
Por Orlando Fondevila.

Sé que es un axioma entre los finos escritores y entre los puros académicos el hacer un uso limitado de los adjetivos. En otras palabras, que no es políticamente correcto el uso excesivo de adjetivos o epítetos en el discurso. Se impone, nos dicen los maestros, lo sustantivo.

Sin embargo, al margen de que ni soy un fino escritor ni un purista del idioma, cualquier reflexión acerca del castrismo, modelo donde los haya de perversión, casi sin querer se me escapan uno tras otros los adjetivos por una especie de encabritamiento del lenguaje, surgido de la incontinencia corazón- palabra. Y se nos empequeñece el diccionario. Mis disculpas.

Fidel Castro, y el modo de hacer política que ha patentado y que tantos mediocres imitadores ha conseguido, no es más que chulería, bravuconería, rufianería, guapería barata, marginalismo presidiario. Chantaje.

La política del chantaje y del chulo de barrio llevada a política de Estado. En la política interna para con sus propios ciudadanos (siervos), y también en la política hacia gobiernos, organizaciones y ciudadanos de otros países.

El chantaje a los cubanos se expresa de muchas maneras. A obedecer y aplaudir, porque si no, no hay soberanía y vienen los otros y nos quitan las casas, las pensiones, la atención médica, la educación y hasta las mujeres. Sin la revolución se nos escaparía la felicidad conseguida heroicamente y volveríamos a esa sentina que es el capitalismo, la democracia y esas zarandajas de los derechos humanos y las libertades burguesas (de reunión, de asociación, de expresión, de elección). Tal vez habría abundancia de víveres y licores finos, de ropa y calzado, de efectos electrodomésticos y otros detritus de la podrida sociedad de consumo, pero habría que trabajar duro para obtenerlos. Así que a aplaudir y obedecer. Esto por las buenas. Pero si no entienden por las buenas, entonces a aplaudir y obedecer porque nosotros (Castro y ellos) tenemos el poder, y quien no obedezca y aplauda, ya sabe, que se olvide de buenos empleos, de estudios para sus hijos y de otras prebendillas que sólo son para los revolucionarios. Ah, y que no olviden que tenemos a la policía y a las organizaciones de masas para hacerles entrar en razones.

En relación con los cubanos exiliados el chantaje y la chulería funciona utilizando a los familiares como rehenes; y como no, con las adorables palmas, el solecito y los amigos del barrio como rehenes. Ya saben, si se portan mal, no pueden darse su viajecito a Cuba para, además de ver a familiares, amigos y palmitas poder mostrar a sus paisanos ojiabiertos y boquiabiertos las maravillas reales o pretendidas que se han conseguido en la “yuma”; vaya, como quien dice, a darse un poco de lija. Estos fulanos son, en este último caso, rehenes de su vanidad. Por ahí les trabaja el chulo, el Gran Chulo, conocedor profundo de las miserias humanas.

Si las encuestas sirvieran para algo más que para manipular la opinión de los entrevistados de acuerdo con los intereses del encuestador o de quien le paga; si se pudiera realizar una investigación de campo seria acerca de qué es lo que queremos realmente los cubanos, nos encontraríamos con algunos lugares comunes y, también, con algunas sorpresas.

Los cubanos, como ocurre con cualesquiera otros nacionales de otros países, responderían que desean poder vivir en una sociedad normal en la que puedan satisfacer sus necesidades básicas de seres humanos, tal y como se comprenden en el mundo occidental, al que pertenecemos muy a pesar de décadas de esfuerzos en otras direcciones por parte de Castro. Y la libertad es la primera de las necesidades. Hasta aquí tendríamos un lugar común.

La sorpresa vendría si intentáramos saber cuáles son las relaciones de los cubanos con el régimen que les oprime por más de 40 años y qué estarían dispuestos a hacer para cambiarlo. En este punto no podemos dejar de tener en cuenta el deterioro moral que todo régimen totalitario produce en sus víctimas. El objetivo principal de los sistemas totalitarios como el cubano no es otro que dominar el espíritu del hombre. Para ello el régimen cubano dispone de amplios equipos de expertos que incluyen analistas políticos, psicólogos sociales, espías e informantes –sostenidos por un abundante presupuesto – que les permite controlar en tiempo real los movimientos de la opinión pública, así como determinar en qué temas sensibles debe incidir todo el aparato de agitación y propaganda por un lado, y en cuáles deben apretarse las tuercas de la represión.

Todos aquellos que viven dentro del régimen están bajo la influencia de la estrategia de “agit-prop” y de la acción de la seguridad del Estado. Pero el daño espiritual causado por el Estado totalitario en los ciudadanos puede en muchos casos ser irreversible y, entonces, afectar incluso a aquellos que han logrado escapar y asentarse en sociedades libres.

Sin embargo, la chulería, la bravuconería, el matonismo, la guapería barata, el chantaje como política de Estado donde se hace más incomprensible y detestable es en el trato a los extranjeros. ¿Por qué lo soportan? Ellos no son cubanos. No están obligados a vivir bajo la bota del Gran Chulo. Podrían mandarlo a la porra y sanseacabó. Pues no, por mil razones non santas, ceden al chantaje. El jefe de los hoteleros brinda con champán y sonríe a Castro. Algunos corresponsales destacados en La Habana reportan para sus televisiones, periódicos y revistas los discursos del Gran Chulo, la última inauguración de alguna fantástica obra, la última apertura o clausura de algún Congreso o Seminario Internacional o el último baile popular. Entrevistas a las esposas y madres de los presos políticos, muy rara vez. Reportajes sobre la dramática falta de libertades y agresiva miseria de los cubanos, ninguno. Eso lo dejan para los corresponsales de otros sitios del tercer mundo. La mayor parte de las noticias que se reciben por parte de estos corresponsales desde Cuba fundamentalmente muestran la cara amable que desea el régimen. ¿Por qué? Pues porque el Gran Chulo les chantajea con la expulsión. Y como ellos se sienten muy cómodos en La Habana, pues a callar y a sonreír. Son rehenes de su molicie y falta de ética. Es verdad que ha habido excepciones honrosas, pero enseguida los desaparecen de la escena.

¿Y los gobiernos? Hablo de los gobiernos democráticos de Occidente, porque con los otros hay poco que hacer. ¿Por qué en América Latina y en Europa han soportado una y otra vez los desplantes e insultos de Castro? ¿Por qué tanta reticencia a tratarle a él y a su régimen como se merecen? ¿Por qué parecen temer al chulo, al matón, al rufián, al guapo de barrio, al de conducta presidiaria? Pues para no buscarse problemas con sus izquierdas nacionales, rencorosas y ruidosas, y también –y no menos importante- para poder hacer pingües negocios. Además, es presentable políticamente, da lustre progre, y sale barato utilizar a Castro para meter el dedo en el ojo yanqui. Con todas estas consideraciones, ¿qué importan los cubanos?

Pero, insisto, lo verdaderamente triste es que a nuestra endémica soledad, al hecho evidente y contrastable de que a nadie le importamos, se une el drama de que muchas veces pareciera que tampoco nos importamos a nosotros mismos. Son demasiados los cubanitos que habiendo conseguido escapar del infierno nada hacen para que éste deje de serlo, sino que, al contrario, gustosos vuelven una y otra vez a ofrecer leña para que la caldera totalitaria no deje de funcionar. La estrategia del diablo chulo funciona a las mil maravillas. Entonces, somos capaces de protestar airadamente ante las medidas promovidas por Bush, porque lastiman, decimos, nuestros derechos y nuestro antológico amor filial; pero, eso sí, que se nos reconozca en Estados Unidos, en España y en todas partes al llegar, que somos perseguidos políticos y se nos brinden las debidas consideraciones. Y claro que es verdad que los cubanos que consiguen huir de Cuba son perseguidos políticos, por el simple hecho de que Cuba es una feroz tiranía. Y claro que es una desvergüenza que no se reconozca esta realidad en muchos sitios. Mas, quienes después de asentados en otros lares no hacen más que pensar en volver una y otra vez al lugar en que se les persiguió, ¿son consecuentes?

Los cubanos no hacemos más, muchas veces, que deambular atontados y torpes, disminuidos éticamente, por nuestro laberinto.