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Cuba: ¿en qué punto estamos? ¿cuáles son las perspectivas?
Por Orlando Fondevila

El régimen.
El régimen castrista, aunque a todas luces agotado, conserva aún intactas sus capacidades represivas y de control ciudadano, así como una cierta y reformada legitimación simbólica que ha ido adaptando a las nuevas circunstancias sociopolíticas post-Muro de Berlín.

Esta reformada y renovada legitimación simbólica surte efectos, principalmente, en el terreno movedizo en el que intenta reafirmarse la vieja izquierda, la que despedazada y al garete después del estentóreo fracaso histórico del “Socialismo real”, busca con hosco denuedo rehacer sus filas y sus estrategias. El castrismo, fracasado, pero que ha conseguido hasta hoy retener contra viento y marea el poder, ejerce sin embargo una fuerte seducción sobre el desamparo ideológico de amplios sectores rabiosamente anti- sistema que, vagando por el nuevo escenario político que les resulta incomprensible, se aferran al único referente que les queda a mano. Así, se produce un mutuo y necesario encuentro. La vieja izquierda desplazada por la historia y el castrismo, igualmente periclitado pero todavía con poder y con cierta forzada imagen peleadora se encuentran la una al otro y se validan biunívocamente.

Pero esta legitimación sólo surte efectos en el exterior, en estos sectores de la vieja izquierda y en cierta inercia nostálgica de la izquierda socialdemócrata. Y, sobre todo, en la gran coartada del antiamericanismo, de la cual tantos abusan y de la cual el castrismo tanto se beneficia. Al interior de la Isla, en relación con el pueblo cubano, al contrario de lo que pudiera parecer a una mirada superficial, el discurso castrista es en absoluto inocuo. Muy pocos, incluso los cercanos al poder, le creen. Al interior de la sociedad cubana lo que existe es un profundo desencanto, un generalizado escepticismo, un sálvese quién pueda que remite a los ciudadanos a un desmedido y cínico individualismo en el que están ausentes todo tipo de valores cívicos.

El régimen no tiene futuro. Y casi pudiéramos decir que tampoco presente. Y que perdidos presente y futuro pierde también el pasado. Su historia, la que han impuesto a la nación como “La Historia”, se va convirtiendo en polvo inane que todos aventan por despreciable. El problema reside en que desvalorizada la historia verdadera y rechazada la esperpéntica, la sociedad se queda vacía. Perdida o descreída la memoria, se resquebraja la propia identidad. Cada quien tiene que inventarse su propia historia, intentar hacerse su propio presente y delinear su propio futuro, lo cual es siempre válido en el sentido de que cada quien es el máximo responsable de su vida, sólo que en este caso es obligado hacerlo sin los referentes, sin los necesarios comodines de la sociedad a la que se pertenece.

Este problema de identidad dañada y de ausencia de valores cívicos es el más grave de todos, y está unido al desastre económico y social crónico y sin salida del régimen. En resumen, el diagnóstico acerca de la viabilidad del régimen es cero. Sólo es posible la prolongación artificial y muy dolorosa de la agonía. Una agonía que se prolongará sine die sobre todo si triunfaran los presupuestos sucesorios del inmovilismo, que finalmente pueden tornarse cruentos en los varios escenarios avisorables.

Con todos estos elementos de análisis no podemos sino concluir que el régimen sabe que está perdido y está dispuesto a morir matando. Pero no solo. También ensaya todos los trucos conocidos del chantaje y todas las fintas del soborno, políticos y de negocios. De ahí el peligro. Y de ahí las estrategias que deben pensar quienes quieren (queremos) el cambio.

La oposición interna y el exilio. Estados Unidos.

En Cuba siempre, desde el inicio del poder castrista, ha existido oposición. Dentro de la Isla y en el exilio. Dentro de la Isla, por años la oposición fue armada o violenta, como correspondía a aquellos tiempos y como la única respuesta posible a un régimen que no permitía absolutamente ninguna otra salida. Aplastada esa oposición por razones que aquí no podemos detenernos a analizar, el régimen disfrutó de un tiempo sin mayores conflictos internos. Hasta que a partir de Bofill y el Comité Cubano de Derechos Humanos, y posteriormente el auge del movimiento de la disidencia pacífica se enraizaron otros modos de oposición y mostraron que los cubanos no se habían resignado a la opresión. Ese movimiento por una incipiente sociedad civil puso en la mesa política internacional el tema de Cuba. Las voces discrepantes desde dentro de la Isla hicieron evidente para muchos que la idealizada revolución no era más que una repetición, más o menos una copia de los horrores del comunismo en todas partes.

El régimen en un primer momento no supo bien qué hacer, cómo enfrentar el inédito desafío. Pero rápidamente reaccionó como sabe: reprimiendo. Muchos activistas pro derechos humanos o impulsores de una incipiente sociedad civil han ido en estos últimos años a la cárcel. Muchos han tenido que marchar al exilio. A pesar de ello el movimiento disidente continuaba creciendo y consiguiendo reconocimiento. Por eso el régimen golpeó con saña en marzo y abril del año pasado, enviando por largos años a prisión a cerca de 80 de los más destacados luchadores. Por eso en las últimas semanas ha continuado encarcelando activistas. El régimen quiere dejar claro –por si alguien lo dudaba- que no va a permitir oposición alguna, ni siquiera pacífica o incluso conciliadora. ¿Alguien duda de que mañana decida encarcelar a miles de activistas, o incluso fusilar a los más connotados? Es su naturaleza.

Nadie duda de que la oposición interna está formada por hombres y mujeres valientes. Como nadie puede dudar que lo mejor de esa oposición está hoy en las cárceles. Las mujeres, los familiares de los presos y los otros activistas que se mantienen en la lucha por el cambio se encuentran cercados, penetrados, hostigados y enfrentados a las únicas opciones que concede el totalitarismo: el desistimiento, la cárcel o el exilio. Al día de hoy no se observa que puedan incidir con algún margen de eficacia en el acontecer político nacional. Su papel, ciertamente heroico, se circunscribe a la autodefensa y a la denuncia de los desmanes del régimen de cara al exterior, y a tratar de sobrevivir. Dicho esto, no es ocioso insistir en la necesidad de apoyarles con todos los medios a nuestro alcance. Sin la existencia de esa resistencia interna no habrá cambio. Ellos sostienen la aún soterrada ansia de libertad de una sociedad sojuzgada y llena de confusiones, a la que con su ejemplo personal van poniendo minas.

Siempre ha sido así en nuestra historia. En nuestras luchas independentistas del siglo XIX la suma de los cubanos integristas, autonomistas, e incluso “guerrilleros” que combatían junto a la Metrópoli era muy superior que la de los que peleaban por la independencia. No por gusto cuando su entrada triunfal a La Habana, Máximo Gómez, al contemplar asombrado la multitud que le aclamaba, afirmó que si hubiera sabido que contaba con tantos partidarios hubiera derrotado al Ejército español en un santiamén. Aunque la lección suprema nos la dejaron los patriotas. Ellos ganaron, por supuesto con la ayuda norteamericana. Que esa ayuda nos condicionó, es verdad. Mas finalmente lo conseguimos.

Lo curioso es que tanto ayer como hoy los cubanos estuvimos y estamos solos en nuestra brega. Y que donde único hemos encontrado aliados, antes y ahora, ha sido en los Estados Unidos. Una soledad que es subsidiaria de la enfermedad moral de Occidente. Justamente ahora que tantos tal vez falsos seguidores tienen los métodos de acción no violenta de Gahndi o Luther King –falsos porque olvidan el elemento ACCIÓN en la frase- sería bueno recordar a tanto supuesta demócrata que anda por este mundo una reflexión de Luther King : “Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo mas grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas.”

Es imprescindible que los patriotas de hoy al interior de la Isla y en el exilio entendamos que no podemos renunciar a la solidaridad de Estados Unidos. Solidaridad que, por otra parte, en las actuales circunstancias es hija de nuestro propio papel y peso en la democracia americana. De ninguna manera podemos caer en las redes infectas de la propaganda del régimen y del antiamericanismo al uso. ¿Anexionistas por promover, o incluso forzar el apoyo de Estados Unidos para deshacernos de la Tiranía? ¿Fue anexionista Martí cuando sentenció que “la independencia de Cuba sería muy difícil de obtener y mucho más de mantener sin el apoyo de Estados Unidos”? ¿De qué soberanía nos hablan, de la de Castro y su pandilla?

¿A qué juegan quienes denuncian al Gobierno norteamericano cuando no nos ayudan y también cuando nos ayudan? ¿Qué es eso de que lo que se propone hacer Bush está marcado por intereses electorales? ¿Y qué? ¿Es que esos intereses electorales no somos nosotros mismos? Recuerdo una expresión de Rafael Díaz Balart: “No le podemos exigir al presidente de Estados Unidos que quiera y vea a Cuba como la querían y veían José Martí o Antonio Maceo, nos basta hacer coincidir sus intereses con los nuestros”.

¿A qué juegan quienes se llenan la boca para proclamar que rechazan por injerencista cualquier ayuda de Estados Unidos o de quien sea con el sospechoso pretexto de que los cubanos resolveremos solos entre nosotros nuestros problemas? ¿En que datos de la realidad fundamentan su reclamo? ¿Existe alguna señal por parte de la Tiranía al respecto? ¿Ha estado alguna vez la Tiranía sola frente al pueblo que esclaviza? Hoy mismo, ¿está sola? ¿no tiene los más variopintos aliados y cómplices? Mienten y engañan al pueblo.

¿A qué juegan quienes dicen querer una transición democrática para Cuba y participan alegremente en el chantaje del régimen de los viajecitos, los negocitos y las incontroladas remesas? ¿Ayudar de cualquier manera o por cualquier vía al enemigo no ha sido en cualquier tiempo traición? ¿O es que no es el enemigo?

Mienten o nada saben de Cuba quienes juegan con la ilusión de una transición de terciopelo. Por supuesto que lo deseable sería que fuera lo menos traumática posible, pero las opciones no dependerán únicamente de quienes están del lado de la libertad.

La pregunta clave y directa que debemos hacernos los cubanos es la de si queremos verdaderamente deshacernos de la Tiranía y hacer de la nuestra una patria libre, digna y próspera.

Estamos ante un minuto decisivo. O vamos a por todas y hacemos ver a los jerifaltes del régimen que no hay sucesión posible, que no hay continuidad posible de la Tiranía, o nos resignamos a perder la patria, la nación y la libertad puede que para siempre.