|
|
Artículos
Occidente: Entre el Terrorismo, la Traición y el Miedo.
Por Orlando Fondevila.
Occidente, es decir, la libertad, siempre
ha tenido enemigos. En el siglo XX Occidente ha tenido que librar tres
guerras para defender la libertad amenazada. Las dos guerras mundiales y
la llamada Guerra Fría frente al Comunismo. La libertad nunca ha estado
segura y tampoco lo está ahora. Ahora estamos enfrascados, pese a que
muchos no lo vean o no lo quieran ver, en una cuarta guerra. La guerra
que a la libertad le han declarado los fundamentalistas islámicos en
alianza con quienes perdieron la guerra fría y ahora vienen a por la
revancha. Todos revueltos confusamente en una “guerra santa” contra la
libertad. Revueltos, aparentemente revueltos y contradictorios pero con
una perversa coincidencia en la estrategia y en los fines.
La nueva guerra declarada a Occidente no tiene un centro político
visible. No se trata de ejércitos con su Estado Mayor al mando. No se
precisa coordinación de acciones. Las líneas del frente no están
delimitadas. Los soldados enemigos se hallan en cualquier parte,
conviven a veces apaciblemente con nosotros. Disponen de millones de
colaboradores, conscientes o no, en nuestro campo. De hecho, los
traidores de la libertad en Occidente constituyen el arma más poderosa
con que cuentan sus enemigos. Su material de guerra es relativamente
poco costoso y sus tácticas y métodos desafían la lógica convencional.
La inédita naturaleza de esta guerra genera miedo, un miedo que
convenientemente utilizado por los enemigos emboscados en nuestro propio
campo incita a la parálisis y el desistimiento. Justamente el enemigo
busca ante todo nuestra deserción ideológica y nuestro derrumbe moral.
Matarnos físicamente, pero sobre todo matar nuestra voluntad y la
seguridad en nuestros valores.
El peligro de Occidente es grave, tal vez más grave del que haya tenido
que enfrentar nunca antes. Y el peligro nuevo y pavoroso reside en que
podamos no desenmascarar sin paliativos a los traidores y no vencer
nuestro miedo. Decisión y firmeza han de ser nuestras principales armas.
Y la conciencia asumida de que se trata de ellos o nosotros. Así de
claro y brutal.
Esta cuarta guerra mundial que libra Occidente, que es la guerra contra
el terrorismo, tuvo su declaración formal más clara el 11 de septiembre
en New York y Washington, y su reiteración sangrienta el 11 de marzo en
Madrid. Sus episodios, mayores o menores, en cualquier parte del mundo.
Sus batallas principales en estos momentos, Irak, Afganistán y el Medio
Oriente. Sus caras más conocidas Ben Laden, y algún que otro Ayatollah o
Imán descerebrado. Detrás está un mundo oscuro y con enormes recursos
financieros y una delirante concepción religiosa de la vida, a la que se
añade un viejo y aceitado odio, un resentimiento afiebrado a quien no la
comparte, por lo que debe ser liquidado.
Pero hay más. Aquellos que fueron barridos por la historia tras la caída
del Muro de Berlín han establecido una complicidad fáctica con los
integristas islámicos. Comparten idéntico odio a Occidente y la libertad.
Actúan confabulados en tres frentes claramente distinguibles. Uno, el
que abarca a la variopinta y resabiosa izquierda radical agrupada en el
Foro Social Mundial y en los movimientos globalofóbicos, cuya estrategia
principal reside en la ponderación del caos en Occidente y de manera
señalada en el llamado tercer mundo. Literalmente se proponen la
creación de “otro mundo posible” a partir del caos, de la revuelta y el
desorden permanentes. Así, su estrategia podría formularse con el refrán
“a río revuelto, ganancia de pescadores”. En este campo no se puede
desestimar el papel que desempeña Fidel Castro que, aunque también, no
se puede circunscribir a lo simbólico. En este campo se encuentran los
narcoterroristas de las guerrillas colombianas; grupos terroristas como
ETA, el IRA y otro similares. Los Chávez, Evo Morales, Bové y otros
personajes y personajillos que pululan por los cuatro puntos cardinales.
También las protestas delictivas ante cualquier reunión de carácter
internacional que no sea la que ellos mismos organizan. El objetivo es
desarrollar inacabables fuentes de conflicto que pongan en jaque a todo
el sistema, además de intentar conseguir alguna que otra meta inmediata
que pueda servirles como plaza o meta intermedia conquistada que les
conduzca a la victoria final. Hasta aquí el frente de los enemigos
directos de Occidente y de la libertad.
El segundo frente lo integran gran parte de la llamada izquierda
moderada o democrática y la masa de “intelectuales” que le son afines.
Es el frente de la traición. El odio básico a Occidente y su pilar
fundamental Estados Unidos, es el mismo, aunque se escuden detrás de la
coartada de la justicia social, de la moderación, del respeto a la
legalidad y las normas democráticas (de la cual usan y abusan
descaradamente). Propalan las ideas de “comprensión” hacia los enemigos
de Occidente, justificándoles de forma vergonzante porque, dicen, no son
más que víctimas de nuestra maldad, a la que reaccionan como pueden.
Esta izquierda democrática controla universidades, medios de
comunicación y editoriales, y allí donde alcanza el gobierno pone cuanta
zancadilla le es posible a la defensa firme que pueda tratar de ejercer
Occidente frente a sus enemigos. Actúan claramente como desvergonzados
quintacolumnistas. Descaradamente se presentan como los verdaderos
demócratas y acusan a los otros, a la denostada derecha, de fascistas o
protofascistas. En una inversión increíble de los conceptos y del
lenguaje venden la idea de que ellos son los verdaderos demócratas y de
contrabando introducen la idea de que sólo ellos están legitimados par
gobernar. Estados Unidos, el capitalismo, el liberalismo o el
neoliberalismo es para ellos la bestia negra a batir. No obstante, es
bueno subrayar que algunos partidos y gobiernos no ciertamente de
izquierdas, principalmente en la vieja y enferma Europa, y en razón de
sus complejos y su infatuada autopercepción herida –léase, por ejemplo,
Francia- contribuyen insensatamente a su autodestrucción y le hacen el
juego al enemigo.
El tercer frente está constituido por el miedo, ese humano y primario
sentimiento. Por supuesto que es lógico que ante la aberración
terrorista sintamos miedo. Mas ese miedo, como cualquier otro, puede
resultar destructivo si nos paraliza o si nos lleva a la rendición. Ese
miedo indominado y fatalmente perturbador es el que nos tratan de
inducir los enemigos y sus cómplices con sus campañas pretendidamente
humanistas y pacifistas. Ese pacifismo a toda costa, que puede ser
ingenuo en muchos de los que lo practican pero que es conscientemente
dirigido por los enemigos. Lo han hecho siempre. Lo hicieron cuando la
primera guerra mundial llamando a los trabajadores a no apoyar a sus
gobiernos en lo que llamaban una guerra imperialista. Lo volvieron a
hacer en la segunda Guerra Mundial, en la que primero invocaron la paz
para proteger el siniestro pacto entre Hitler y Stalin, para después
llamar a la guerra cuando era Stalin el atacado. Repitieron la machacona
consigna de paz a toda costa cuando la guerra fría, con el propósito de
que Occidente se desarmara y quedara inerme ante la amenaza imperial-comunista.
Lo hicieron innoblemente cuando la guerra de Viet-Nam hasta lograr la
derrota de Estados Unidos y la victoria comunista. Lo han continuado
haciendo con la guerra del Golfo, con la guerra al genocida de
Milosevic, con la guerra a los talibanes y a Al Qaeda, y lo hacen ahora
mismo con la guerra de Irak. Buscan por todos los medios, siempre en
nombre de la paz, que Occidente no haga nada para frenar a Corea del
Norte o a Irán y Siria. Instilan el miedo en los pueblos y promueven la
política del cruzado de brazos. Quieren nuestra capitulación.
Lo peor es que estos tres frentes: el del terrorismo islámico y la
izquierda vengativa, el de la traición de la mayor parte de la
“izquierda democrática” y sus intelectuales, y el del miedo y su
ideología pacifista parecen extrañamente concertados. Sin que sepamos
bien cómo, sin que podamos identificar una jerarquía como en la época
del KOMINTERN, la evidencia de su tenebrosa alianza estratégica es
estremecedora.
Sin embargo, aunque la perspectiva pueda ser desoladora, Occidente, la
libertad pueden y deben triunfar. A condición de que tomemos conciencia
del tipo de guerra a que nos enfrentamos y que tengamos la decisión de
ganarla. En primer lugar combatiendo en todos los frentes abiertos, y
defendiendo nuestras ideas y nuestros valores sin vacilaciones ni
complejos. Este es el reto de Occidente. Dramáticamente si se quiere: o
ellos o nosotros.
|
|