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Tolerancia y Reconciliación.
Por Orlando Fondevila.

Tolerancia y reconciliación son dos palabras hermosas que expresan una virtud y un deseo, respectivamente, encomiables, deseables e indiscutibles. Durante mucho tiempo la vida nacional ha estado marcada en Cuba por la intolerancia y la división o enfrentamiento entre cubanos. Aspirar entonces a conseguir la tolerancia entre nosotros, a respetarnos en nuestras discrepancias, a entendernos y comprendernos mutuamente y a reconciliarnos bajo la bandera del bien común, del bien de la patria, no sólo es noble sino propósito ético-político esencial.

Sin embargo, tolerancia y reconciliación, por muy deseables y necesarias que sean, que lo son, requieren precisiones. Lo primero es identificar las causas de la intolerancia y la división, y a sus promotores. Y lo segundo es valorar si esos representantes de la intolerancia y la división tienen la intención de abandonar sus posiciones. Lo tercero es determinar qué es lo tolerable y quienes deben reconciliarse. Porque si admitimos la falacia de la equidistancia responsable, si concebimos la tolerancia y la reconciliación como empate, estaríamos desvirtuando la verdadera naturaleza de las cosas y de antemano aceptando la derrota de la verdad, de la justicia y de la razón. Y sin verdad, justicia y razón la tolerancia y la reconciliación serían procesos fallidos.

La tolerancia y la reconciliación tienen como límites la inclusión en ellas del criminal y del crimen. La reconciliación y la tolerancia no puede ser entre verdugos y víctimas como si nada hubiera pasado. Por eso, desde ahora es peligroso prometer indulgencia al verdugo, porque con ello estaríamos alentándole a continuar en el crimen. La amnistía ilimitada, para todos los hechos y para todo el tiempo, sería un mensaje de debilidad que sólo conduciría a acrecentar la saña del verdugo y el sufrimiento de las víctimas. Debe pues, quedar claro que el perdón cae en el ámbito de la religión, y aún ahí se exige el arrepentimiento, mientras que en el ámbito de la política y de la sociedad la piedra miliar es la justicia. Si renunciamos a la justicia, renunciamos a todo. La derrota del verdugo, y de su ideología, comienza cuando éste comienza a percibir de que puede ser derrotado. El verdugo, y su ideología, sólo pueden ser derrotados cuando se transfiere al verdugo el miedo que anteriormente él inspiraba a sus víctimas, cuando el verdugo toma conciencia de que no habrá impunidad para el crimen. En este sentido apostar por el medio camino es dar por perdida la meta.

No existe un camino franco y expedito para la transición, digo, para la transición verdadera. Crear falsas expectativas al respecto constituiría una irresponsabilidad. Como lo sería buscar atajos que confieran al pueblo la esperanza de que tolerancia y reconciliación, así, a secas, expresan una especie de fórmula mágica que nos conducirá en un tranquilo andar por un camino de rosas. El pueblo, es decir, las víctimas, deben saber que la verdadera solución de los grandes males nacionales, la verdadera transición, demandará esfuerzo y sufrimiento. Sin esta toma de conciencia el camino puede verse truncado, o podemos quedarnos a mitad del camino. Es cierto que los cubanos hemos sufrido mucho, pero el mero deseo de poner fin al sufrimiento no nos permitirá superarlo.

Sólo la comprensión de que a grandes males grandes remedios nos conducirá al triunfo
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