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Teoría de la transición blanda.
Por Orlando Fondevila.

Desde hace algún tiempo vienen apareciendo teorías, estudios, propuestas e intentos varios acerca de que Cuba debe encaminarse hacia una transición “blanda”. Se parte para ello de nobles argumentos: “el pueblo cubano ya ha sufrido mucho para enfrentarse a un nuevo drama de violencia”, “en la historia de Cuba siempre se ha empleado la violencia como vía del cambio, con los resultados conocidos”, “los ejemplos de Gahndi, de Luther King, de otras transiciones de terciopelo acaecidas en Europa del Este, o en Portugal o en España nos estarían indicando su viabilidad” y otras pulcras y alambicadas consideraciones. La teoría de la transición “blanda” tiene ciertamente muchos adeptos entre las almas piadosas, aunque sospecho que detrás de los principales teóricos e intelectuales defensores de la “blandura” se mueven determinados intereses no precisamente píos, o, en su caso, complicados enredos producidos por indigestiones mentales o flojedad del pensamiento. No todo es candor detrás de la “blandura”.

Mi primera reflexión es la de tener cuidado con los académicos y los llamados intelectuales que pretenden no sólo opinar sino pontificar acerca de todo con la impune sabiduría que le suponen a su condición. Son los filósofos que proponía Platón para gobernar la república perfecta, es decir, la primera teoría totalitaria y anti-democrática de que tenemos noticia. Como diría el poeta Rubén Darío: “De las epidemias/ de horribles blasfemias/ de las Academias,/ ¡líbranos, señor!”.

Y también tenemos a ciertos políticos, inexpertos u oportunistas. Y a quienes o se cansan o se asustan y predican medias soluciones, cualquier solución, aunque no se soluciones nada.

Después de 45 años de totalitarismo. Después de 45 años de un régimen intolerante que si algo nos ha enseñado es que no es posible solución negociada alguna; un régimen que si algo ha demostrado es su voluntad nula para hacer concesiones y que siempre, desde antes de nacer, desde los tiempos de Castro en la Sierra Maestra sólo ha tenido como meta la rendición del adversario y la capitulación de cualquier tipo de crítica; un régimen que ha tenido y tiene una sola e inamovible política: el poder absoluto y que para conseguirlo y mantenerlo ha matado y mata, ha encarcelado y encarcela, ha torturado y tortura, ha desterrado y destierra, que se ha burlado y se burla de cualquier política de puente o de mano tendida, que ha promovido y promueve la subversión y la agresividad como táctica y como estrategia política; después de 45 años de este régimen, ¿alguien en sus cabales puede creer en transiciones “blandas” o pactadas? ¿alguien puede creer en la posibilidad de un mínimo de voluntad de cambio en este régimen, ya sea con Castro o después de Castro con sus talibanes sucesores? ¿alguien se puede creer el cuento de que dentro de las estructuras del régimen pueda haber sectores con alguna fuerza y con posibilidades de revertir la situación? Esto, o es un bello sueño de almas cándidas, o de políticos torpes o de políticos fracasados y pusilánimes.

Existe en Cuba una oposición heroica pero débil. Una oposición sin capacidad de verdadera movilización. Una oposición que vive en medio de un mar de terror y de manipulación. Una oposición vigilada por el Gran Hermano totalitario. ¿Alguien sinceramente puede creerse que esta oposición interna, por sí sola y con los recursos de que dispone actualmente o los que se vislumbran en el futuro inmediato, pueda realmente provocar un cambio?
¿Cómo se puede entonces descalificar al exilio, principalmente al de Miami? ¿Cómo se puede entonces convocar a una desamericanización del problema cubano? El problema cubano es el del cambio radical de régimen y los cubanos solos no pueden conseguirlo. El cambio de régimen necesita no de una desamericanización sino más bien de una internacionalización. Y como ésta es improbable en lo inmediato, los cubanos tenemos que luchar por mantener la presión norteamericana, que en última instancia es cubana. Sólo esta presión sostenida, más la que podamos ir consiguiendo en otras latitudes, más la resistencia heroica de la oposición interna que debe contar con todo tipo de ayuda de quien sea y recibirla sin complejos, podrá hacernos avanzar por el camino de la verdadera transición. Sin concesiones y sin pueriles ambicioncillas de liderazgo.

Hay más. Y deseo expresarlo desde mi más profundo respeto. Por supuesto que buscar la negociación es lícito. Lo que es peligroso es la política de concesión a priori partiendo de mínimos. Si lo que ponemos en la mesa son mínimos, de darse la negociación nos quedamos en nada. No se puede poner en bandeja al contrario –sobre todo a este contrario- la posibilidad de maniobrar con nuestras propuestas para que nada cambie y parezca que si cambia. Ya se ha advertido por otros. Concretamente me refiero al Proyecto Varela. Si el régimen, por supuesto no con Castro que es demasiado soberbio, accediera a la negociación de los mínimos contemplados en este plan, y los redujera aún más en la negociación, ¿qué nos quedaría? Pues nos quedaría una transición “blanda” hacia nada. Estaríamos ante un mayúsculo desestimiento de la libertad. Una “blanda” transición hacia lo mismo con algún que otro colorete. ¿Es eso lo que queremos? Es curioso, pero es lo que parecen querer ciertos académicos e intelectuales nuestros, y algunos políticos de medio pelo. ¿También inconfesables intereses?

Si examinamos las alternativas en las que se mueven los defensores de la transición “blanda” desde fuera de Cuba, hallaremos un sinnúmero de puntos coincidentes. Pongamos ejemplos. Desde Miami, desde Madrid y desde Méjico se nos advierte de la común maldad entre la dictadura y lo que ellos llaman –en extraña sintonía con La Habana- el “imperio”. Nos advierten los “sabios” de que tenemos que huir de la dicotomía Reagan –Bush o Castro, según ellos igualmente perversas opciones. Pues para mí no hay dudas de qué escoger. Presos de la enfermedad intelectual de nuestro tiempo: el antiamericanismo –enfermedad que muchos adquirieron en La Habana y de la que no se han curado- nos proponen ser antiimperialistas. Anticomunistas no, anticastristas no, que esas son cosas feas e intolerantes. Estos “sabios” que exhiben, para impresionarnos desde su mediocre aldeanismo, sus “culturosas” lecturas, nos dicen –otra vez coincidiendo con La Habana- que debemos renegar de la ultraderecha resentida y cavernícola de Miami. Estos “sabios” de nuestra salvación nacional insisten una y otra vez en las políticas del apaciguamiento para con el régimen: nada de embargos, ni de presiones, ni de condenas. Mucho acercamiento y diálogo, ¿con quién? Mucha reconciliación y perdón, ¿con quién? ¿Acaso con quienes torturan ahora mismo a nuestros presos en las cárceles? ¿O es que nuestros “sabios”, ocupados en sus lecturas de Derrida y Foucault, no se enteran de lo que ahora mismo les está ocurriendo a Antúnez, a Suárez Ramos, a Espinosa Chepe, Rivero, a Biscet, y a Marta Beatriz? ¿Nada saben de la miseria, de la desesperanza del pueblo cubano? ¿No tienen noticia de la colosal subversión y desestabilización que el castrismo, ahora mismo, lleva a cabo en Latinoamérica? Estos “sabios” de la “blandura” organizan viajecitos “científicos” de estudiantes norteamericanos de la Florida para que realicen estudios de “humanidades” en la Universidad de La Habana. En fin... estos “sabios”.

Para nuestros “sabios” y para algunos políticos igualmente “sabios” la transición “blanda” es una obsesión. Para la mayoría de los cubanos la obsesión es la libertad.