|
|
Artículos
La estrategia de la dignidad.
Por Ernesto Díaz Rodríguez*
Esta mañana cuando comenzó a amanecer y a través del cristal de mi
ventana vi los árboles desnudos de hojas y un pájaro infeliz tiritando
de frío sobre la mustia rama, me di cuenta que no estaba en Cojímar, el
apacible pueblo de pescadores donde tuve el privilegio de nacer y crecer
en total libertad, disfrutando de la brisa andarina y una playa sin
rejas ni cadenas. Fue una etapa de dicha, de esperanza y ensueños. Hasta
que llegó la aniquiladora Revolución que envolvió a toda la Isla con
gasas de miseria e inundó de odio y de maldad las arterias de miles de
cubanos. Decenas de miles, diría mejor (aunque duela esta amarga
realidad) que no tenían conciencia de nación ni concepto de lo que
significa la dignidad humana.
De repente me sentí triste. Me sentí con la tristeza de los náufragos,
de la mariposa que desea volar pero se ha quedado trabada en el capullo.
No era el paisaje de mi Cuba querida, siempre enroscada en mis pupilas,
pero lejana en el tiempo y la distancia. No despertaba yo entre palmeras,
ni era aquel pájaro sin música el sonoro sinsonte ni el alegre el
colibrí que libaba el néctar de las flores en el patio de mi casa.
No..., ¡qué tristeza la mía!: Acababa de redescubrir, como en tantas
ocasiones anteriores, el amargo sabor que deja en la garganta el acíbar
del prolongado destierro, de la tierra prestada y la libertad ajena.
Y me alegré entonces de mi lucha, de no haberme dado por vencido. Me
alegré de mis casi 23 años de presidio político y por el privilegio que
para mí representa el haber compartido encierro y agonías con hombres
que son todo un símbolo nacional por su actitud heroica, por su
sacrificio, por su amor a las instituciones democráticas y a la libertad
de su patria. Me alegré de las veces que expuse mi vida en
infiltraciones a la Isla, en combates desiguales contra el enemigo
opresor, contra quienes ejercen el oficio de tontos y sustentan
tontamente a la atroz tiranía, por temor o maldad, o por el simple
disfrute, en ocasiones, de unas pocas migajas.
Para quienes anhelamos una patria feliz; una patria libre de todos los
pesares que imponen las dictaduras, los gobernantes sin decencia ni
escrúpulos, que no miran de que lado está el deber sino dónde y en qué
forma se vive mejor, no hay otro camino que ese que algunos denominan
con lógica razón el de la intransigencia, y es decoro. Porque
precisamente en las cuestiones de la patria, en las de los intereses
nacionales intransigencia significa dignidad, significa no claudicación
ni aceptación a componendas vergonzosas donde a los bribones y asesinos
al servicio de Castro se les ofrezca un asiento en la dirección
gubernamental de una Cuba futura. No, ellos tendrán que irse al basurero,
al basurero de la historia o al que mejor les plazca, pero donde nada
tengan que ver con los destinos de la nación cubana.
ALPHA 66 tiene una larga historia de combate, una larga y hermosa
historia donde sus dirigentes máximos se destacaron por su abnegación,
por su honradez, por la humildad con que transitaron por la vida dejando
a cada paso una fértil semilla de amor, de comprensión, de solidaridad
humana. Pero tuvieron la visión de insertarse en esta imprescindible
corriente de no hacer concesiones a la tiranía. La estrategia de Andrés
Nazario Sargén y la del Dr. Diego Medina fueron coincidentes, y
coherentes en cuanto a la verticalidad de nuestra organización en las
cuestiones de principios y en cuanto al derecho que tenemos los cubanos
de luchar con nuestros propios medios por la reconquista de la libertad
de Cuba . Los Coroneles Vicente Méndez y José Rodríguez Pérez
desembarcaron en las costas cubanas, acompañados cada uno por un grupo
de valientes. Y ofrendaron sus vidas en inolvidable gesto de patriotismo.
Otros cubanos lo antecedieron. No pocos han dejado sus huellas en las
prisiones del régimen o han caído con posterioridad, al igual que Méndez
y Rodríguez Pérez, también en combates desiguales. Miles suman los que
lo han dado todo, los que un día gritaron con valor ante el paredón de
fusilamiento:¡Viva Cristo Rey !
Ese ejemplo imperecedero ha de ser faro y luz en nuestro diario quehacer.
No podemos aceptar una solución donde las estructuras de la tiranía
castrista no hayan sido totalmente barridas del poder. No, no podemos
conceder espacios dentro de un gobierno futuro a bribones, ni a los
responsables directos de tantos atropellos, físicos y morales, cometidos
sin escrúpulos contra una indefensa población.
Si aspiramos a un amanecer con susurro de palmas, donde no haya
pajarillos sombríos tiritando sobre una rama seca cuando nos despierten
las campanas del alba, tenemos que continuar golpeando con el puño
desnudo sobre el arrecife. Derribar el muro a puntapiés no es tarea de
quienes se conforman aguardando simplemente a que las cosas sucedan. Hay
que hacer que las cosas sucedan, sin esperar por nadie ni pedir permiso
a nadie.
*Ernesto Díaz Rodríguez, exprisionero político cubano, cumplió 22
años de cárcel en las mazmorras castristas, es poeta, escritor, y una de
las figuras sobresalientes y con más claras ideas de nuestro exilio.
Actualmente funge como Secretario General de Alpha-66.
|
|