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Nuestra lucha no ha terminado.

Por Ernesto Díaz Rodríguez*

Faltan muy pocos días para que se cumplan 46 años del arribo Fidel Castro al poder. El experimento de ese engendro diabólico al que el caudillo de la Sierra Maestra bautizó con el nombre de "Revolución", ha costado a la nación cubana los mayores sufrimientos que jamás pueblo alguno en América Latina se ha visto obligado a padecer. A partir de la fecha fatídica del 1ro. de enero de 1959, las cifras de prisioneros políticos que han dejado lo mejor de sus vidas en las cárceles y campos de concentración, simplemente por su amor a la libertad, resultan impresionante. Decenas de miles de cubanos honrados, que no cometieron ningún otro delito que el de querer una Cuba libre, próspera y feliz fueron asesinados con saña y cobardía en los paredones de fusilamiento. Otras decenas de miles se vieron obligados a lanzarse, en éxodo desesperado, a las borrascosas aguas del Estrecho de la Florida. Algunos sobrevivieron. Milagrosamente sobrevivieron para contar la historia, para narrar sus propias agonías. Otros, en proporción mucho mayor, se diluyeron entre la sal de una esperanza frustrada, las encrespadas olas del océano y los famélicos buches de los tiburones.

Y todavía rodamos cuesta abajo. Todavía continúa girando ese carrusel vertiginoso de la revolución castrista, arrollándolo todo, sin que hayamos encontrado una fórmula efectiva para detenerlo. ¡Pero tenemos que encontrarla! Tenemos que juntar todas las fuerzas de los que queremos una solución sin claudicaciones, sin vergonzosas componendas con el enemigo, porque la libertad no se conquista de rodillas sino con el filo del machete, con la tea incendiaria de Máximo Gómez. Tenemos que luchar; luchar con los puños y las uñas, con los dientes si fuera necesario para enterrar todas las miserias que nos han sido impuestas. Tenemos que luchar con las armas poderosas del honor y de la razón. Enterrar las agonías y la desesperanza en una fosa profunda, bien profunda, junto al lodo, y el hedor y el estiércol que componen la materia del tirano que encabeza ese brutal y devastador experimento.

Han pasado casi 46 años desde que nos tejieron con cadenas la sangre. Desde que nos borraron el sol de la libertad y anudaron con cerrojos nuestras ilusiones. Muchos se conformaron con sobrevivir, aceptaron con resignación las humillantes fórmulas del acatamiento irreflexivo a la voluntad caprichosa de un déspota, pensando tal vez que ante una política oficial de trampas y mentiras, cualquier método de supervivencia era válido. Otros, en proporción significativamente inferior pero con un sentido mucho más refinado de la responsabilidad que nos imponía el momento, entendieron que más importante que la preservación de los valores materiales, más importante inclusive que la propia vida, es no dejarse aniquilar espiritualmente, porque la aniquilación del espíritu nos hace débiles y afecta nuestra condición humana. Pone en riesgo, además, la preservación de nuestra dignidad. Esos seres valiosos, que significan las reservas morales de la Patria, supieron entender el mensaje de Martí cuando dijo: "Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltrata, no es un hombre honrado". Y ofrendaron sus vidas en sacrificio heroico o integraron las honrosas legiones del Presidio Político de Cuba. Otros, que se vieron obligados a abandonar el país, han luchado sin tregua desde las trincheras del exilio, sin dejarse deslumbrar por la libertad prestada y los beneficios personales que nos brinda esta gran nación.

Nuestra lucha no ha terminado. Esta debe ser una conciencia generalizada para los cubanos, dentro y fuera de Cuba, que aspiramos a un sistema de gobierno capaz de proporcionarnos el disfrute de cada una de las garantías establecidas en la Carta Universal de los Derechos del Hombre. Un gobierno donde el restablecimiento de las heridas espirituales, el respeto a las instituciones democráticas y la felicidad de la familia cubana sean las piedras angulares de nuestra nueva nación.

* Ernesto Díaz Rodríguez exprisionero político cubano, cumplió 22 años de cárcel en las mazmorras castristas, es poeta, escritor, y una de las figuras sobresalientes y con más claras ideas de nuestro exilio. Actualmente funge como Secretario General de Alpha-66, a su vez es Director activo de Plantados hasta la Libertad y la Democracia en Cuba.