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Antúnez: Una deuda pendiente.
Por  Iliana Curra

A veces pienso si se nace héroe. Si el valor y la entrega por una causa es intrínseco del ser humano o es que se logra con el andar del tiempo, cuando veo a personas con la capacidad de lucha y el coraje de alguien que nació en una fecha histórica, pero en otra época de la esclavitud. Una esclavitud que aún se mantiene, pero también se mantienen los que, rebelados contra ella, continúan luchando, aún desde espantosas celdas de cualquier prisión castrista.

Jorge Luis García Pérez, conocido por toda Cuba como “Antúnez”, nació un 10 de octubre de 1964, una época en que ya habían sido fusilados miles de cubanos que no aceptaron una revolución sangrienta que decía revindicar al pueblo, pero no fue más que una dictadura con aristas populistas apoyada por masas delirantes que pedían paredón sin saber por qué. Siempre sucede. Las multitudes enardecidas invariablemente son manipuladas por los tiranos que desde el trono se sientan para ver el fruto de su perversidad.

Tengo muchas deudas que cumplir en mi vida, y una de ellas es hablar de Antúnez, con el que tuve el privilegio de compartir como Miembro de Honor del Ejecutivo del Presidio Político Pedro Luis Boitel en Camagüey. Con el que compartí infinidades de cartas que siempre trataron de interferir –inútilmente- los oficiales de la Seguridad del Estado y guardias de los penales. El Antúnez que yo conocí por dentro sin haberlo visto jamás. El que nunca renunciaba a su rebeldía porque era innata en su personalidad. Quien nunca cesaba en denunciar las violaciones cometidas contra los presos políticos y los no políticos también. El líder natural que, desde niño, supo lo que era la extrema pobreza en un sistema que hablaba de igualdad social. El que nunca pudo cumplir sus sueños –como tantos otros- de estudiar la carrera de Derecho en la Universidad por pensar diferente al régimen que impera en la isla. De ese Antúnez quiero hablar hoy, para decir el orgullo que siento de ser su amiga, mucho más que eso: su hermana.

No importa el color de la piel. Vale más el color del alma. Su calidad humana está demostrada por años desde dentro de las prisiones, donde el débil cae irremediablemente y abundan las bajas pasiones. Donde dominan la maldad y el chantaje, la delación y el miedo. Donde sobrevivir es cosa de titanes.

Quien no conoce una cárcel no puede -ni siquiera- imaginarla. Más difícil aún cuando la obligada convivencia con reclusos comunes es el pan de cada día. Cuando abrir los ojos en la mañana y sentirse vivo es un logro increíble. Cuando la fuerza tiene que ser vencida con la inteligencia y una paciencia sin límites. Cuando el tedio te enferma de odio y tienes que pedirle a Dios que no lo permita. Cuando, a veces, estar vivo es lo peor que te puede pasar. Esa es la realidad de una cárcel y Antúnez ya lleva 14 años padeciéndola, sobreviviendo en un mundo tan irreal como difícil. Como dijera el poeta: “Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan”. Ese es Antúnez; un ejemplo de esa expresión.

Un hombre de la raza negra al que han tratado de humillar sin lograrlo. Al que han golpeado de forma brutal innumerables veces. El que ha recorrido varias prisiones por capricho de los verdugos. Al que le han echado perros entrenados para matar y han enfermado a base de palos y patadas, de encierros injustos en celdas tapiadas. Al que nunca han podido doblegar espiritualmente porque no hay nadie en la faz de la tierra capaz de doblegar su alma. El que casi muere en prolongadas huelgas de hambre exigiendo sus derechos de hombre libre. Porque no nay nadie más libre en el mundo que un prisionero político en Cuba, quien se expresa sin temor a la represalia, porque con ella convive a diario, cada hora, cada minuto, cada segundo.

Antúnez, el que por ser negro le dicen que tiene que apoyar la revolución, porque debiera estar agradecido. ¿Acaso se agradece la falta de libertad, las penurias y el terrorismo de estado? Por eso cumple prisión. Por no someterse. Por no permitir que le impongan otra manera de pensar. Porque no permite el abuso, ni la traición. Porque nunca sirvió para el proyecto del “Hombre Nuevo”.

Ya son muchos años de encierro. Su cuerpo continúa débil. Un nódulo en un pulmón sin recibir atención médica empeora. Falta de aire, padecimientos renales, fisuras en los huesos debido a las golpizas, hipoglicemia. Todo un cuadro de enfermedades que no reciben cuidados médicos adecuados. Pero ahí está. Como una roca inamovible convencido de su presente, pero con mucha fe en un futuro libre de tiranos. En una democracia que permita la libre expresión y no se discrimine por el color de la piel. Donde no existan prisioneros políticos, ni pioneros comunistas obligados. Donde estudiar una carrera no dependa de su ideología. Donde no exista apartheid, ni turístico, ni de otro tipo. Una Cuba diferente, verdaderamente libre.

Entonces, mi querido hermano, te conoceré. Podré verte para darte un abrazo -el que nunca he podido darte-. Hablaremos de cosas diferentes, pero también del pasado. De cómo burlábamos la vigilancia para escribirnos y filtrar denuncias. De los que compartieron contigo las celdas inmundas de Kilo-8, una prisión de extremo rigor conocida por los presos como “Se me perdió la llave”. Un nombre que lo dice todo.

Mientras tanto, seguiré denunciando lo que hacen contigo y con todos los que quedaron en prisión. Lo que hacen con los que fueron encarcelados apenas hace un año en la última oleada represiva. Es mi obligación moral con ustedes. Pero también era mi deuda personal contigo, algo que tenía en mi mente de cuando apenas pensaba en escribir. Por lo tanto, este artículo no es más que una deuda pendiente.